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Por: Thomas Brooks

Este artículo forma parte de la serie: Enmudecido bajo la disciplina de Dios.

Una visión de Dios.

Un enmudecimiento prudente y lleno de gracia incluye una visión de Dios y un reconocimiento de Dios como el autor de todas las aflicciones que nos sobrevienen. Y esto es claro en el texto: <<Enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo hiciste» (Sal. 39:9). El salmista mira a través de las causas secundarias a la primera causa y, por lo tanto, guarda silencio delante del Señor.

No hay enfermedad tan pequeña en donde Dios no tenga un dedo en ella, aunque sea solo el dolor del dedo meñique. Él ve la mano de Dios en todo, y por eso se queda callado y mudo. Así como se observa y se dice más apropiadamente que es el escriba el que escribe, y no la pluma; y así como se dice apropiadamente que el que hace y mantiene activo el reloj es el que lo hace avanzar y prolongar, y no los engranajes y los péndulos que cuelgan de él; y así como se observa y se dice más adecuadamente que todo obrero efectúa sus obras, y no las herramientas que utiliza como instrumentos.

Así mismo, el Señor-quien es el principal agente e impulsor de todas las acciones, y quien tiene la mayor mano en todas nuestras aflicciones-debe ser más observado y reconocido que cualquier causa inferior o subordinada. De esta manera Job vio a Dios en todo: «[El Señor] dio, y [el Señor] quitó» (Job 1:21).

Si no hubiera visto a Dios en la aflicción, habría clamado: «Oh, estos miserables Caldeos, me han saqueado y arruinado; estos perversos Sabeos me han robado y me han hecho mal!». Job divisó la comisión de Dios en las manos de los Caldeos y Sabeos, y luego puso su propia mano sobre su boca. Así mismo Aarón, al contemplar la mano de Dios en la muerte inoportuna de sus dos hijos, guardó silencio (cf. Lv. 10:3).

La visión de Dios en este angustioso golpe fue un freno tanto para su mente como para su boca, para no murmura ni farfullar. De la misma manera, José vio la mano de Dios cuando sus hermanos lo vendieron a Egipto (cf. Gn. 14:8), y eso lo silenció. Los hombres que no ven a Dios en la aflicción son fácilmente arrastrados a un ataque febril, rápidamente estarán en llamas. Cuando sus pasiones se eleven y sus corazones ardan, comenzarán a ser insolentes y no se andarán con rodeos para decirle a Dios con sus bocas que hacen bien en estar enojados (cf. Jon. 4:8-9).

Jonás 4:8-9 Y sucedió que, al salir el sol, Dios dispuso un sofocante viento del este, y el sol hirió la cabeza de Jonás, así que él desfallecía, y con toda su alma deseaba morir, y decía: «Mejor me es la muerte que la vida» Entonces Dios le preguntó a Jonás: «¿Tienes acaso razón para enojarte por causa de la planta?». «Tengo mucha razón para enojarme hasta la muerte», le respondió.

Aquellos que no reconocen a Dios como el autor de todas sus aflicciones, estarán lo suficientemente prontos como para caer en ese necio principio de los maniqueos, que sostenían que el diablo era el autor de todas las calamidades; como si pudiera haber algún mal de aflicción en la ciudad, y el Señor no tuviera ninguna parte en ello (cf. Am. 3:6). Aquellos que pueden ver la mano ordenadora de Dios en todas sus aflicciones, junto con David, pondrán sus manos sobre sus bocas, cuando la vara de Dios esté sobre sus espaldas (cf. 2 S. 16:11- 12).

2° Samuel 16:11-12 Entonces David dijo a Abisai y a todos sus siervos: «Mi hijo que salió de mis entrañas busca mi vida; ¿cuánto más entonces este benjamita? Déjenlo, que siga maldiciendo, porque el Señor se lo ha dicho. » Quizá el Señor mire mi aflicción y me devuelva bien por su maldición de hoy».

Si la mano de Dios no es vista en la aflicción, el corazón no hará más que inquietarse y enfurecerse bajo la aflicción.

Tomado del libro de Thomas Brooks “El cristiano enmudecido bajo la disciplina de Dios” pág 26-27

*Thomas Brooks (1608-1680): Predicador congregacional; autor de Preciosos remedios contra las artimañas de Satanás (Precious Remedies against Satan’s Devices).


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Un comentario en «Dios es soberano sobre todas nuestras pruebas y enfermedades – Thomas Brooks»

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