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Por: Thomas Brooks

Lea la primera parte de este artículo EN ESTE ENLACE.

¡Oh! ¡Qué espantoso ateísmo se encierra en el corazón de ese hombre, que teme más al ojo de su padre, de su pastor, de su hijo, de su siervo, que al ojo de la presencia del Dios eterno! ¡Oh!, que todos aquellos a quienes esto concierne, se dieran cuenta tan seriamente de ello como para juzgarse a sí mismos con severidad por ello, como para lamentarse amargamente por ello, como para esforzarse poderosamente en oración con Dios, tanto por el perdón de ello como por el poder contra ello.

El Apóstol se queja, tristemente, de algunos que, en su tiempo, se revolcaban en pecados secretos. “Porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto” (Ef. 5:12). Habla de los que vivían en fornicaciones e inmundicias secretas. Había muchos que se habían revestido de una apariencia de piedad, pero que, sin embargo, se permitían actuar en secreto con abominable maldad e inmundicia, como si no hubiera Dios para observarlos, ni conciencia para acusarlos, ni Día del Juicio ante el cual comparecer, ni justicia para condenarlos, ni infierno para atormentarlos. ¡Oh! Cuán infinitamente odiosos deben ser a los ojos de un Dios santo, quienes pueden cortejarle y halagarle en público y, sin embargo, son tan atrevidos como para provocarle en la cara en privado. ¡Son como esas mujerzuelas que fingen mucho afecto y respeto a sus esposos afuera y, sin embargo, en casa, actúan como rameras ante los ojos de sus esposos!

Los que cumplen sus deberes religiosos, sólo para encubrir y maquillar sus inmundicias secretas, sus maldades secretas; los que fingen pagar sus votos y, sin embargo, esperan por el crepúsculo (Pr. 7:13-15; Job 34:15); los que cometen maldades en un rincón y, sin embargo, se limpian la boca con la ramera y dicen: “¿Qué hemos hecho?”— al final, encontrarán que las habitaciones, las piedras del muro, las tablas del enmaderado, los asientos en que se sientan y los lechos en que se acuestan, atestiguarán contra todos sus libertinos devaneos1 y lascivos vagabundeos2 en secreto. “A los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Hab. 2:11; He. 13:4). Él mismo los condenará. ¿Por qué? Porque tales pecadores lo hacen tan secreta y astutamente que, a menudo, nadie, sino Dios, puede descubrirlos.

Los magistrados suelen descuidar el castigo de tales pecadores cuando se da a conocer su maldad secreta. Por lo tanto, Dios mismo se sentará a juzgarlos. Aunque escapen a los ojos de los hombres, nunca escaparán al juicio de Dios. Las iniquidades del corazón no caen bajo ninguna sentencia humana. Por lo general, los fornicarios y adúlteros son extraordinariamente reservados, sigilosos y astutos para ocultar su abominable inmundicia. Por eso, se dice que la ramera es “astuta de corazón” (Pr. 7:10)…

Notas:

1 Devaneos – Escarceos, coqueteos, comportamiento destinado a despertar el interés sexual.

2 Lascivos vagabundeos – Conducta lujuriosa.

*Thomas Brooks, teólogo puritano inglés, nació en 1608 y murió el 27 de septiembre de 1680. Foto de Jon Flobrant en Unsplash


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