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Por Kelly M. Kapic* 

Este artículo forma parte de la serie: Preguntas claves sobre la oración.

Cuando vemos a otros padeciendo dolor, queremos ayudar. Queremos mejorar su situación. Ese es un instinto noble que refleja a nuestro buen Dios Creador.

Cuando Jesús se encontraba con personas que estaban lidiando con heridas, muy a menudo brindaba Su toque sanador. Su vida y Su proclamación prometieron una nueva creación donde no habrá dolor, temor o lágrimas. Sin embargo, esto no era más que un anticipo. Aquellos que Él sanó, murieron; su sanación temporal apuntaba a una regeneración completa y definitiva que aún no ha llegado.

Tiene sentido que los seguidores de Jesús quieran proclamar y ofrecer esperanza y sanidad completa. Sin embargo, ese buen instinto fácilmente puede irse por mal camino. Aunque este impulso puede estar basado en buenas intenciones, a veces terminamos hiriendo seriamente a los que están sufriendo.

Estamos llamados a llorar con los que lloran y a lamentarnos con los que se lamentan.

Primero que todo, no somos Jesús, y no tenemos Su autoridad mesiánica. Ciertamente podemos y debemos orar por sanidad física. Dios continúa siendo el médico por excelencia del cuerpo y del alma, y Él sigue obrando activamente en medio de Su creación.

Pero ¿qué pasa cuando el cáncer no se cura? ¿Qué sucede cuando el dolor crónico y debilitador nunca cesa? ¿Por qué es que la sanidad física tiende a ser la única cosa en la que concentramos nuestras oraciones?

Mucho más a menudo de lo que nos damos cuenta, deberíamos estar orando para que los santos que están sufriendo no se rindan en la desesperación. Tenemos que rogar a Dios que guarde sus corazones de endurecerse contra el Padre. Si bien puede ser legítimo dejar de orar por una sanación sobrenatural, nunca debemos dejar de pedir a Dios que fortalezca su fe, que avive su esperanza y les consuele con Su amor.

No estamos obligados a estar felices ni a ser optimistas en todo momento; a veces lloramos con los que sufren. Esto les muestra que no están solos, y los animamos aceptando su dolor y su lucha. En ocasiones, estas acciones les recuerdan su esperanza en Cristo con más eficacia que un sermón.

¿Cómo debemos abordar a los que viven en sufrimiento continuo, especialmente cuando los doctores no pueden encontrar soluciones y las oraciones no han resultado en una sanación física?

Desafortunadamente, lo que muchos tratamos de hacer es seguir ofreciendo remedios, lo cual muchas veces resulta ser mucho más hiriente de lo que percibimos.

En lugar de esto, estamos llamados a amarlos. No somos responsables de resolver sus problemas de salud. Estamos llamados a estar ahí con ellos, a recorrer este difícil camino con ellos. Aún más, podemos aprender de ellos, escuchando de sus luchas e intentos de confiar en Dios en medio del temor y el dolor.

No se nos exige que resolvamos el misterioso dolor y sufrimiento de otros, ni tampoco que lo expliquemos o lo remediemos. No, estamos llamados a salir a caminar con ellos, a compartir comidas y a ofrecerles cálidos abrazos. Estamos llamados a llorar con los que lloran y a lamentarnos con los que se lamentan. Estamos invitados a tratar de iluminar la oscuridad con humor (como sea apropiado) y a crecer en sensibilidad hacia los demás a causa de las presiones que están enfrentando. Estamos llamados a amarlos, ofreciendo nuestras oraciones, nuestra presencia y nuestra perseverancia. Esto ya es suficientemente pesado sin nosotros tratar de llevar la carga de diagnosticar o remediar su mal; esa es una carga que nunca fuimos destinados a llevar.

Este artículo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine. Foto de Alexander Grey en Unsplash

*El Dr. Kelly M. Kapic es profesor de Estudios Teológicos en Covenant College de Lookout Mountain, Ga. Es el autor de varios libros, incluyendo Embodied Hope [La esperanza encarnada].

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