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Por: John MacArthur.

Este artículo forma parte de la serie: La Gloria del Cielo

Volvamos ahora a Apocalipsis 21 para obtener una descripción bíblica de «un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron (v. 1). La palabra griega traducida por nuevos (kainos) hace hincapié en que la tierra que Dios creará no sólo será nueva como antónimo de vieja, sino que también será diferente. Pablo utiliza el mismo término griego en 2 de Corintios 5:17: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es». Se trata de un cambio de naturaleza. Los cielos nuevos y la tierra nueva, del mismo modo que nuestra nueva existencia en Cristo, serán glorificados eternamente y quedarán exentos de la maldición del pecado.

La Biblia no nos dice qué aspecto tendrá la nueva tierra, pero tenemos razones para pensar que será parecida a la de ahora. En ella estará Jerusalén; eso sí, la Nueva Jerusalén. La descripción de Juan se centra en la ciudad santa, llena de calles, muros y puertas. También menciona una montaña alta, agua, un río y árboles. Pero lo mejor de la ciudad es que estará habitada por el pueblo de Dios: personas reales a las que conoceremos y con las que estaremos en eterna comunión.

Todas las cosas hechas nuevas

No obstante, la tierra nueva también resultará muy diferente, desconocida. Por ejemplo, Juan dice que «el mar ya no existía más» (Ap. 21:1). Por lo pronto, esa ya es una gran diferencia, porque la tierra actual está cubierta principalmente de agua. Algunos estudiosos de la Biblia piensan que se trata de una manera de enfatizar la supresión de las fronteras terrestres. También hay quien piensa que como en la antigüedad el mar simbolizaba el miedo, la ausencia del mismo implica la ausencia del temor. Es posible que ambas afirmaciones sean verdaderas. En el cielo nuevo y la tierra nueva no habrá nada que nos cause temor, nada que nos separe de las demás personas. La única fuente de agua que se menciona en el libro del Apocalipsis es «un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero (Ap. 22:1). Este cristalino río recorre la calle principal del ciclo (v.2).

En Apocalipsis 21:3-7 se describen las principales características de los cielos nuevos y la tierra nueva:

Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y el morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.

En este pasaje las Escrituras prometen que el nuevo cielo será un lugar de una dicha perfecta. Las lágrimas, el clamor y el dolor estarán fuera de lugar en los cielos nuevos y la tierra nueva, que serán un paraíso en el que el pueblo de Dios habitará eternamente junto a Dios, totalmente libre de todas las consecuencias del pecado y la maldad. Se nos muestra cómo Dios secará personalmente las lágrimas de los ojos de los redimidos.

El cielo es un reino que ha conquistado para siempre a la muerte (1 Co. 15:26). Allí no hay enfermedad, ni hambre, ni problemas, ni desgracias. Para nuestras mentes es algo ciertamente difícil de imaginar, puesto que no hemos conocido más que esta vida pecaminosa, llena de calamidades.

Extracto del libro «La Gloria del cielo» escrito por John MacArthur.


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