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Por: A. W. Pink

En Romanos 10:13 leemos: «porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.» Ahora, ¿Quiere esto decir que todo el que, con sus labios, clame al Señor, que quienes en el nombre de Cristo hayan buscado a Dios para que tenga misericordia de ellos, han sido salvos? Quienes responden afirmativamente han sido engañados por el simple sonido de las palabras, como está engañado el Romanista que contiende por la presencia del cuerpo de Cristo en el pan, porque Él dijo: «esto es Mi cuerpo». Y ¿cómo demostramos que tal Romanista está engañado?

Comparando la Escritura con la Escritura. Así también aquí. El escritor bien recuerda haber estado en un barco en una gran tormenta en la costa de Newfoundland. Todas las escotillas estaban aseguradas y por tres días ningún pasajero podía subir a cubierta. Los reportes de los que estaban a cargo eran inquietantes. Todos, incluso los hombres más fuertes estaban atemorizados. Según la brisa aumentaba y el barco navegaba cada vez peor, muchos hombres y mujeres fueron oídos clamando el nombre del Señor. ¿Los salvó el Señor? Uno o dos días después, el clima cambió y, ¡esas mismas personas estaban bebiendo, maldiciendo y jugando a las cartas!

Quizás alguno pregunte, «¿Pero no es eso lo que Romanos 10:13 dice?» Por supuesto que sí, pero ningún verso de la Escritura muestra su significado a gente perezosa. Cristo mismo nos dice que hay muchos que lo llaman «Señor» a los cuales Él les dirá «Apartaos de mí» (Mateo 7:22, 23). Entonces, ¿qué es lo que se debe hacer con Romanos 10:13? Pues, compararlo de manera diligente con los demás textos que dan a conocer lo que debe hacer el pecador para que Dios lo salve. Si solo el temor a la muerte y el terror de ir al infierno es lo que motiva al pecador a clamar al Señor, es lo mismo que clamar a los árboles. El Todopoderoso no está a la orden de cualquier rebelde que ruega por misericordia cuando está aterrorizado:

«El que aparta su oído para no oír la ley, Su oración también es abominable» (Proverbios 28:9).

«El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13).

Él único «llamado a Su nombre» que el Señor atiende es el de un corazón quebrantado, penitente, que aborrece del pecado y anhela la santidad.

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