Por: A. W. Pink
La fe salvífica no es un producto del corazón del ser humano, sino una gracia especial proveniente de lo alto. «Es don de Dios» (Efesios 2:8). Es operada por Dios (Colosenses 2:12). Es el «poder de Dios» (1 Corintios 2:5). El texto más resaltante sobre este tema lo encontramos en Efesios 1:16–20. Ahí encontramos al apóstol Pablo orando para que los ojos de los santos sean alumbrados en entendimiento, de manera que conozcan «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales». No la fuerza del poder de Dios ni su grandeza, sino «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros». Note también el estándar de la comparación: «nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales».
Dios ejerció el «poder de Su fuerza» cuando resucitó a Cristo. Hubo un extraordinario poder que buscaba afectar, incluso, a Satanás y todas sus huestes. Hubo una dificultad extraordinaria que vencer, incluso la conquista de la gracia. Hubo un resultado extraordinario que lograr, es decir, el darle vida a Uno que estaba muerto. Solo Dios mismo podía realizar a un milagro tan estupendo. Exactamente, parecido a esto es ese milagro de la gracia, el cual activa la fe salvadora. El diablo emplea todas sus artes y poderes para retener sus cautivos.
El pecador está muerto en sus delitos y pecados, y no puede resucitarse a sí mismo, así como no puede crear al mundo. Su corazón está cubierto de vestidos fúnebres de los deseos de la carne, y solo la Omnipotencia puede levantarlo a una comunión con Dios. Bien puede todo verdadero siervo del Señor imitar al apóstol Pablo y orar fervorosamente para que Dios ilumine a Su pueblo concerniente a esta maravilla de maravillas, de modo que, en lugar de atribuirle su fe a un producto de su propia voluntad, ellos puedan libremente darle toda la honra y la gloria a Aquel Quien es el único a quien pertenecen.
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Tomado de «Cristianismo práctico» de A. W. Pink. Foto de Esperanza Doronila en Unsplash
*A.W. Pink. Fue un teólogo, evangelista, predicador, misionero, escritor y erudito bíblico inglés, conocido por su firme postura calvinista y su gusto por las enseñanzas de las doctrinas puritanas. Foto de Anthony Fomin en Unsplash