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Por: A.B. Simpson

Salmos 110:3 Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad. Desde el seno de la aurora, tienes tú el rocío de tu juventud.

Esto es lo que el término «consagración» significa de verdad. Es el ofrecerse uno mismo voluntariamente desde el corazón. Es ofrecerse al ser constreñido por el amor, para ser del Señor. Su agradable expresión es: «Yo soy de mi amado», como dice en Cantares 6:3.

La entrega, por supuesto, debe surgir de la fe. Debe existir una plena confianza de que estamos seguros al abandonarnos al Señor. Tenemos que estar seguros de que no estamos cayendo por un precipicio, ni rindiéndonos a manos de un juez, sino que estamos sumergiéndonos en los brazos de un Padre y dando un paso hacia una herencia infinita. Es un infinito privilegio el que se nos permita rendirnos a Alguien que se compromete a hacernos todo lo que amaremos ser, todo lo que su infinita sabiduría, poder y amor se deleitará en cumplir en nosotros.

Es como el barro que se entrega a las manos del alfarero para poder ser moldeado en una vasija de honra, adecuada para ser utilizada por su Maestro. Es el pobre mendigo del callejón consintiendo en convertirse en el hijo de un príncipe para ser educado, provisto y preparado para heredar toda la riqueza de quien lo guarda.

*Albert Benjamin Simpson (15 de diciembre de 1843 – 29 de octubre de 1919), también conocido como AB Simpson , fue un predicador, teólogo, autor y fundador canadiense de la Alianza Cristiana y Misionera (AC&MA)


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