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Por: Charles Stanley

PASAJE CLAVE: Juan 14.1-6

LECTURAS DE APOYO: Mateo 5.12, 16; 6.20, 21 | Lucas 10.17, 20 | Hechos 1.11 | Romanos 8.34 | 2 Corintios 5.8 | Efesios 1.13, 14; 2.4-9 | Filipenses 3.20, 21 | Colosenses 3.1 | 1 Tesalonicenses 4.13-17 | Hebreos 7.25 | 1 Pedro 1.3, 4 | Apocalipsis 21.2, 27

INTRODUCCIÓN

La mayoría de las personas no piensan acerca del cielo a no ser que estén cerca de la muerte.

De hecho, muy pocos cristianos se detienen a pensar en su destino eterno, y es por eso que no tienen ninguna convicción acerca del cielo. Además, algunos no conocen lo que la Biblia dice en relación a este tema, ni recuerdan haber escuchado algún mensaje acerca del cielo. Todo esto trae como resultado confusión y conocimiento sin base bíblica de lo que está reservado para el creyente después de esta vida.

DESARROLLO DEL SERMÓN

Aunque Dios no nos ha dicho todo acerca del cielo, su Palabra nos enseña lo necesario para motivarnos a vivir en pro de nuestro destino eterno.

Nuestro Padre celestial está allí.

En el Sermón del monte, el Señor Jesús menciona en varias ocasiones a su Padre “que está en el cielo” (5.16). En vez de especular acerca de la ubicación del cielo, podemos decir que se encuentra en el lugar donde Dios esté.

Nuestro Salvador, el Señor Jesucristo, está allí.

Al ascender Jesucristo en las nubes en Hechos 1.11, dos ángeles les dijeron a los discípulos: “este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”. Ascendió al Padre y ahora está “sentado a la diestra de Dios” (Col 3.1). Desde ahí intercede por nosotros (Ro 8.34).

El cielo es un lugar preparado.

No se trata de una neblina etérea en la que flotaremos, sino de un lugar que ha sido especialmente preparado para los hijos de Dios. Cristo nos dice: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Jn 14.2). De acuerdo a Apocalipsis 21.27 “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero”.

Nuestra ciudadanía está allí.

Un antiguo himno nos dice: “Este mundo no es mi hogar. Solo estoy aquí temporalmente. Mis tesoros se encuentran más allá del cielo azul”. La tierra solo es nuestro hogar pasajero, así que debemos cuidarnos de apegarnos a los asuntos de este mundo. El tener un conocimiento correcto acerca de este tema cambia nuestra perspectiva y prioridades.

De acuerdo con Filipenses 3.20, 21: “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”. Nuestro cuerpo terrenal no nos sirve para vivir en el cielo. Es por eso que, cuando Cristo regrese, nos transformará para que tengamos un cuerpo glorioso como el suyo. Aunque no sabemos cuál será nuestra apariencia, podemos estar seguros de que nuestro cuerpo celestial será más glorioso que el que tenemos ahora.

Los nombres de los salvos están grabados allí.

En la ocasión en la que el Señor envió a 70 discípulos para proclamar el reino de Dios y sanar enfermos, ellos regresaron diciendo: “aún los demonios se nos sujetan en tu nombre” (Lc 10.17). Pero, aunque eso era una demostración extraordinaria de poder, Jesús les dijo: “no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (v. 20). Cada vez que alguien se arrepiente de sus pecados y entrega su vida a Cristo, su nombre queda escrito para siempre en el cielo.

Espiritualmente ya estamos allí.

Dios nos ve de acuerdo a la relación que tenemos con su Hijo, quien llevó nuestros pecados y nos hizo justos. Nos ha dado “vida juntamente con Cristo… y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef 2.5, 6). Desde la perspectiva de Dios, es como si ya estuviéramos allí. Como garantía de la posición espiritual que ya tenemos en el cielo, aquellos que ya hemos recibido a Jesucristo, hemos sido “sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia” (Ef 1.13, 14).

Sin importar lo que enfrentamos hoy, nuestra esperanza eterna está segura, y en la presencia de Dios todo será perfecto. En medio de las dificultades podemos encontrar esperanza al recordar lo que el Señor ha preparado para nosotros en el cielo. Aunque todos nuestros deseos no se hagan realidad en esta vida, serán satisfechos en la eternidad. Conocer nuestro destino eterno también aumenta el deseo que tenemos de vivir de acuerdo a la voluntad de Dios en este mundo. Y, una vez que lleguemos al cielo, nos veremos libres del pecado y seremos completamente santos.

Nuestro tesoro está allí.

Cristo advirtió a sus seguidores para que no acumularan tesoros terrenales, sino que debían hacer “tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt 6.20, 21). Nuestra confianza no debe depender de nuestros recursos materiales. Todo lo que se puede comprar, también se puede perder. Nada de lo que acumulamos en este mundo puede ser llevado al morir. Lo único que permanecerá es nuestra relación personal con Cristo. Y los tesoros celestiales son nuestras buenas obras y nuestra obediencia, santidad y conducta.

Nuestra herencia y nuestro galardón están allí.

La salvación es por fe y no por obras; pero una vez que somos salvos, hacemos buenas obras, pues hemos venido a ser hijos de Dios. Al llegar al cielo, recibiremos recompensas por lo que hemos hecho en este mundo. En el Sermón del monte, Jesús le dice a los que fueran perseguidos, insultados y rechazados por su causa: “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mt 5.12). Pedro también afirma que tenemos “una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, [está] reservada en los cielos” (1 P 1.4).

Nuestros seres queridos y amigos que han sido salvos están allí.

El creyente, al morir, va inmediatamente a la presencia del Señor en el cielo (2 Co 5.8). Pero, un día Jesús regresará por su Iglesia, y traerá con Él a todos los creyentes que hayan muerto (1 Ts 4.13-17). Ellos serán resucitados primero: “Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”.

REFLEXIÓN

  • ¿Ha pensado seriamente en el cielo? ¿Está convencido de que al morir irá allí? ¿A qué se refería el Señor al decir que Él es el único camino (Jn 14.6)?
  • ¿De qué manera ha cambiado este mensaje su perspectiva en relación al cielo? ¿De qué forma cambiará su estilo de vida a partir de hoy? ¿Qué cambios hará como resultado de conocer más acerca del cielo?

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Un comentario en «Nuestras convicciones en torno al cielo – Charles Stanley (+ PDF y VIDEO)»

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