Por: David Wilkerson
La abuela Carosso, la madre de mi esposa Gwen, falleció a la avanzada edad de noventaicinco años. Ella era una mujer de oración, callada e inadvertida.
Cuando ella partió para estar con el Señor, Gwen y yo encontramos una caja de cartón en su armario, llena de talonarios de cheques girados durante muchos años. La abuela Carosso había gastado muy poco en ella misma, más bien el registro demostraba que ella había apoyado a misioneros durante muchos años. Enviaba pequeñas sumas de dinero por vez: cinco, seis, diez dólares.
Todo ese tiempo, la abuela Carosso había pensado que no hizo mucho en la obra del reino. Ella diría que no tenía talento, ni ministerio. Pero era tan importante para Jesús y Su reino como los muchos misioneros que ella apoyó durante años a través de sus dádivas de sacrificio.
Cuando nuestro bendito Señor recompense a los maravillosos misioneros que ella apoyó, la abuela Carosso compartirá todos los despojos de sus victorias espirituales en el frente de batalla. Recuerda lo que dijo Jesús de la pobre viuda que echó dos moneditas en el arca de la ofrenda: “Esta viuda pobre echó más que todos” (Lucas 21:3). La viuda dio todo lo que tenía.
Mi esposa Gwen, se quedaba en casa mientras yo viajaba por años al frente de batalla del evangelismo. Gwen se parece mucho a su madre: callada, inadvertida y muy dedicada a su familia. Durante las décadas de ministerio en las que yo viajaba por todo el mundo, gran parte del tiempo, yo no estaba en casa. Gwen debía quedarse para cuidar a nuestros cuatro hijos. Ella siempre estuvo presente cuando ellos volvían de la escuela, siempre presente cuando tenían alguna necesidad.
Cuando yo volvía de mis viajes, Gwen se alegraba conmigo, al oír los reportes de las numerosas almas ganadas para Cristo o los adictos y alcohólicos sanados. Sin embargo, ella mima no podía ir y hacer esta obra.
Muchas veces, oía a mi esposa decir: “No puedo predicar ni cantar. No soy una escritora. Siento que estoy haciendo tan poco o quizás nada para el Señor”. Pero Gwen llegó a creer que su llamado era el de ser una madre y una esposa fiel (y eventualmente una abuela).
Mientras escribía este mensaje, le dije a mi esposa: “En aquel día, cuando esté delante de Jesús, si es que he sido usado para ganar almas o para levantar obras de Dios que Le agradaron, si hubiera alguna recompensa, Gwen, la compartiremos en partes iguales”.