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Por: R. C. Sproul.

Este artículo forma parte de la serie «Qué buena pregunta«

Actualmente vemos que hay muchos problemas en el matrimonio. ¿Qué debería caracterizar a los matrimonios cristianos?

Cuando hablamos de que ser cristiano hace una diferencia en la vida, no sólo en el matrimonio, apuntamos a la realidad de que como cristianos, Dios Espíritu Santo mora en nosotros, el cual trabaja en nuestro interior para ayudarnos a ser obedientes a los mandamientos de Dios. También nos damos cuenta de que, aun siendo cristianos, de ningún modo estamos exentos de pecado. Los cristianos pecan. Todos pecamos y continuamos pecando. Así que el hecho de que seamos cristianos no garantiza que nuestras relaciones matrimoniales sean lo que deben ser.

He mencionado en muchas ocasiones que me aflige cuando oigo de pastores que, al ser tan celosos de alcanzar a la gente a través del cristianismo, hacen promesas que creo que Dios ni siquiera soñó hacerle a la gente. Dicen cosas como: “Venga a Jesús y todos sus problemas serán resueltos.” En mi experiencia como cristiano, siendo alguien repentina y dramáticamente convertido de un estilo de vida pagano, creo que mi vida no se complicó sino hasta que me hice cristiano porque ahora estoy envuelto en conflictos que antes jamás había tenido. Hay un conflicto entre los deseos injustos provenientes de mi corazón y lo que la Palabra de Dios dice que yo debería estar haciendo.

Si hay una gran ventaja en ser cristiano, es la ventaja de tener a nuestra disposición la sabiduría de Dios. Para que una relación humana cualquiera sobreviva a las disputas, los desacuerdos, las luchas y los ajustes que toda relación atraviesa, se requiere más que un simple carácter moral. Se requiere una gran sabiduría. La sabiduría para manejar el conflicto en las relaciones humanas está disponible para nosotros en la Palabra de Dios. Se nos dice, por ejemplo, algo tan simple como esto: la suave respuesta aparta el furor. Mediante aquellos principios de sabiduría se nos instruye acerca de cómo evitar la actitud que destruye las relaciones. Piensen durante un minuto en la gama de emociones que atravesamos en nuestras amistades y matrimonios. Siempre he dicho que no hay un ser humano en el mundo que pueda hacerme enfadar más que mi esposa. No hay nadie en el mundo cuya crítica pueda herirme más que la de mi esposa porque su opinión de mí significa más que la de cualquier otra persona. Tengo que saber cómo manejar mis emociones en esa relación tan volátil y vulnerable. Las Escrituras me enseñan que hay una diferencia entre el dolor, la pena y la amargura. Se me permite experimentar el dolor. Se me permite experimentar la pena. Sin embargo, no se me permite experimentar la amargura. Se me permite enfadarme, pero no se me permite dejar que el sol se ponga sobre mi enojo. La aplicación de estos principios que Dios nos da contribuye enormemente ayudándonos a nosotros y a muchos otros a atravesar estos difíciles momentos de las relaciones humanas.

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Tomado de ¡Qué buena pregunta! Copyright © 1996 por R.C. Sproul.  


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