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Por: John MacArthur

Después de presentar a Jesús como el sustituto santo y absoluto por los peca-dores, el texto hace la extraordinaria declaración de que Dios lo hizo pecado. Esa importante frase requiere una comprensión cuidadosa. No significa que Cristo se hizo pecador; los versículos ya mencionados que establecen su completa impecabilidad desechan tal posibilidad. En cuanto a Dios hecho carne, no hay posibilidad de que haya cometido pecado alguno o de que violara de alguna forma la ley de Dios. Igualmente, es impensable que Dios, que «muy limpio [es] de ojos para ver el mal» (Hab. 1:13; cp. Stg. 1:13), hiciera a alguien pecador, menos aún a su propio Hijo santo. Fue el Cordero sin mancha mientras estuvo en la cruz, sin ser culpable de mal alguno.

Isaías 53:4-6 (NVI) describe el único sentido en el que Jesús pudo haberse hecho pecado:

Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades

y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado.

Él fue traspasado por nuestras rebeliones,

y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz,

y gracias a sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el SEÑOR hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros.

Cristo no fue hecho pecador ni recibió castigo por algún pecado propio. En su lugar, el Padre lo trató como si fuera pecador, poniendo en su cuenta los pecados de todos los que creerían. Todos estos pecados recayeron contra Él como si los hubiera cometido, y recibió el castigo por estos en la cruz, experimentando toda la ira de Dios desatada contra tales pecados. Fue ahí cuando Jesús gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt. 27:46). Por lo tanto, es crucial entender que en el único sentido en el cual Jesús se hizo pecado fue por imputación. Era puro; sin embargo, oficialmente culpable. Era santo; sin embargo, culpable también en sentido forense. Pero, al morir en la cruz, Cristo no se hizo malo como nosotros, ni los pecadores redimidos se hicieron inherentemente santos como Él. Dios carga el pecado de los creyentes a la cuenta de Cristo, y la justicia de Él a la de ellos.

En Gálatas 3:10, 13, Pablo explicó aún más por qué era necesario que el pecado de los creyentes se imputara a Cristo. En el versículo 10 escribió: «Por-que todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas». No hay forma en que los pecadores puedan reconciliarse con Dios, porque nadie es capaz de permanecer «en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas». Violar siquiera un precepto de la ley garantiza el castigo eterno en el infierno. Por lo tanto, toda la raza humana está bajo maldición y es incapaz de hacer algo para quitarse tal maldición. De modo que la única razón por la cual los creyentes pueden reconciliarse con Dios es porque «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, [haciéndose] por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)» (v. 13). Si no fuera por el hecho de que «Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos» (Ro. 5:6), nadie podría reconciliarse con Dios.


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