No olvides compartir ...

ÚNETE A NUESTRO GRUPO DE WhatsApp o Telegram. Y recibe materiales todos los días.

Por: Patricia Namnún

Experimentar el sabor amargo de un alimento es incómodo. Es una sensación que, dependiendo del nivel de amargura, puede demorar bastante en irse de nuestro paladar, o incluso afectar cómo experimentamos el sabor de otro alimento. La incomodidad de esta experiencia es momentánea y no tiene grandes repercusiones, pero la historia es diferente si esa amargura está en nuestro corazón.

Cuando hablamos de la amargura del corazón podemos referirnos a ese sentimiento duradero de frustración, resentimiento, tristeza o enojo que viene por haber sufrido alguna desilusión o injusticia y no haber extendido el perdón al ofensor o no tener una disposición de corazón a perdonar.

La amargura es peligrosa; según la Biblia es una raíz venenosa que se va expandiendo por nuestro corazón y puede afectarnos en múltiples áreas sin siquiera darnos cuenta.

La amargura en la Biblia

La Biblia nos enseña lo que la amargura hace en nosotros y nos exhorta a huir de ella. Por ejemplo, el salmista dice que la amargura se alberga en el corazón y puede llegar a tener un efecto incluso a nivel físico:

Cuando mi corazón se llenó de amargura,
Y en mi interior sentía punzadas,
Entonces era yo torpe y sin entendimiento;
Era como una bestia delante de Ti (Sal 73:21-22).

Fíjate cómo el salmista dice que sentía punzadas en su interior y cómo esta afectó su entendimiento. La amargura nos ciega, nos nubla y nos corroe por dentro.

Otro ejemplo, de lo que la amargura hace, lo encontramos en el libro de Rut. En esa historia, Noemí, cuando pierde a su esposo y a sus hijos, se llena de amargura a tal punto que este sentimiento se convierte en su identidad. «Ella les dijo: “No me llamen Noemí, llámenme Mara, porque el trato del Todopoderoso me ha llenado de amargura”» (Rut 1:20).

Otra característica de la amargura, que vemos en la Palabra, es que no solo nos afecta a nosotros, sino que también puede afectar y contaminar a aquellos que están a nuestro alrededor. Nota cómo lo dice el autor de Hebreos: «Cuídense… de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados» (He 12:15).

Por eso la Biblia nos exhorta: «Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia. Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo» (Ef 4:31-32).

Así como la raíz de una hierba mala necesita ser arrancada porque no desaparecerá por arte de magia, las Escrituras nos llaman a esforzarnos en el Señor para arrancar de raíz la amargura de nuestro corazón. Esto puede suceder cuando vemos el perdón que hemos recibido de Dios en Cristo, pues entonces estamos dispuestos a extenderlo a otros.

3 formas en que alimentamos la amargura

Algo que debemos tomar en cuenta es que hay formas en las que podemos encontrarnos alimentando y haciendo crecer la amargura en nuestro corazón. La amargura nunca llega a nosotros como un gran árbol, siempre aparece como una semilla a la que decidimos cultivar o arrancar y dejar morir.

Esa semilla llega a nosotros por la falta de perdón en nuestro corazón: «El que cubre una falta busca afecto, / Pero el que repite el asunto separa a los mejores amigos» (Pr 17:9). Lo contrario al perdón es repetir la ofensa una y otra vez. Cuando hacemos eso estamos cultivando la amargura.

Hay diferentes formas en las que esta repetición puede verse; considera estas tres.

1. Nos repetimos la ofensa a nosotros mismos

Repetimos la ofensa en nuestra cabeza una y otra vez, como una película que se repite en nuestras mentes. Cada vez que recordamos intencionalmente el pecado de otro, estamos cultivando la raíz de la amargura en nuestro corazón para que siga creciendo.

2. Repetimos la ofensa al que pecó en nuestra contra

Cada vez que tenemos oportunidad, le echamos en cara al ofensor su falta, porque como no hemos perdonado no queremos que olvide lo que hizo. Esto también alimenta la semilla de la amargura.

3. Repetimos la ofensa con otros

Esta repetición alimenta la amargura mientras chismeamos con otros acerca de la situación. No me refiero a cuando pides un consejo y mencionas el asunto, sino cuando hablas de ello por el deseo de hablar mal de aquel que te ha herido.

Deja que la amargura muera

Así como hay formas en las que podemos encontrarnos alimentado la amargura, también podemos arrancarla y dejarla morir de hambre. Recordemos lo que dice Pablo a los efesios:

Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia. Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo (Ef 4:31-32).

Para quitar la amargura de nosotros, se requiere que nos vistamos con algo. Este pasaje nos llama a vestirnos, entre otras cosas, de perdón, al recordar cómo hemos sido perdonados en Cristo. J. I. Packer, en su libro Knowing God [Conocer a Dios], dice algo al respecto:

Hay un tremendo alivio al saber que Su amor por mí es completamente realista, basado en cada punto en el conocimiento previo de lo peor de mí, de modo que ningún descubrimiento ahora puede desilusionarlo acerca de mí, en la forma en que a menudo estoy desilusionado conmigo mismo, ni anular Su determinación de bendecirme (p. 221).

Poner nuestra mirada en Cristo, en Su amor y en Su perdón nos lleva a quitar la amargura de nuestro corazón, porque entonces entendemos cuánto hemos sido perdonados y amados a pesar de nosotros, y este entendimiento nos mueve a perdonar.

Pero no solo eso, también necesitamos recordar Sus promesas. Quizás tu amargura viene por una injusticia cometida contra ti o porque fuiste herido y decepcionado por las consecuencias de vivir en un mundo caído: en medio de situaciones como estas podemos recordar que…

En Jesús, y por medio de Él, desechemos la amargura de nuestro corazón, extendiendo Su misericordia y perdón.

Tomado de aquí

*Patricia Namnún es coordinadora de iniciativas femeninas de Coalición por el Evangelio, desde donde escribe, contacta autoras y adquiere contenidos específicos para la mujer. Sirve en el ministerio de mujeres y de consejería bíblica, en la Iglesia Piedra Angular, República Dominicana.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *