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Por: Jeanine Martínez

Nota del editor: Este es un fragmento adaptado del libro Biblia para todas: El conocimiento de la Palabra que todas necesitamos (B&H Español, 2024), por Jeanine Martínez.

Si conocemos mal a Dios, seremos malos testigos Suyos. Si conocemos a Dios de forma fragmentada —es decir, solo partes de cómo es Él, Su historia y Sus hechos—, lo daremos a conocer como una imagen fragmentada de un cuadro de arte, donde la imagen se ve más o menos, pero no de manera clara.

Esto se revelará como grietas en un edificio cuando lleguen las crisis a nuestras vidas. Por esto necesitamos toda la Escritura. Isaías 43:10 dice: «“Ustedes son Mis testigos”, declara el Señor, “Y Mi siervo a quien he escogido, para que me conozcan y crean en Mí, y entiendan que Yo soy”». Esto enseña claramente el principio de que la Biblia no se trata de nosotros; se trata de Dios y Su plan de reconciliación con Sus hijos a través de Cristo.

No queremos representar mal a Dios por haberle malentendido. Jeremías 9:24 enseña: «“Pero si alguien se gloría, gloríese de esto: De que me entiende y me conoce, pues Yo soy el Señor que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra, porque en estas cosas me complazco”, declara el Señor».

Dios no solo quiere, sino que demanda ser conocido y entendido bien. Esta seguridad solo nos la da la Palabra; ni las emociones ni las experiencias, las cuales pueden ser subjetivas y circunstanciales, proveen la seguridad de conocer bien a Dios como Su Palabra.

Todos tenemos preguntas como: ¿Quién es Dios? ¿Cómo es Dios? ¿Qué ha hecho Dios? ¿Qué hace o qué no hace a Dios lo que es? ¿Cómo podemos ser conformados a la imagen de Cristo? ¿Cuál es mi propósito? ¿Cuál será el futuro de este mundo y el mío?

Hemos leído una y otra vez las mismas partes y libros de la Biblia. Para conocer a Dios, nos vemos en la necesidad de aprender y, en ocasiones, desaprender con un corazón humilde. Por eso quiero hacerte tres exhortaciones —relacionadas a tres errores que debemos evitar— que te ayudarán a ver algunas creencias que impiden comúnmente entender la Palabra.

1) No le hables a la Biblia. Escúchala hablarte a ti.

Siempre he luchado con el mal hábito de hablar mucho. Mis ideas fluyen rápido y, en muchas ocasiones, mis palabras fluyen con igual rapidez. Lamentablemente, eso se convierte en un hábito desagradable, pues con facilidad interrumpo las ideas de los demás y no pauso lo suficiente para escuchar. Desde niña he luchado con esto.

La realidad es que, a pesar de escuchar, no escucho activamente. En mi mente, aunque mi boca esté cerrada, continúo pensando en lo que quiero decir. Además, la otra persona se siente desvalorizada. Esto no es una comunicación, sino un monólogo. Esto nos ocurre a muchos al acercarnos a la Biblia.

Si alguien se cree religioso, pero no refrena su lengua, sino que engaña a su propio corazón, la religión del tal es vana (Stg 1:26).

El que guarda su boca, preserva su vida;
El que mucho abre sus labios, termina en ruina (Pr 13:3).

Estamos hablándole a la Biblia en nuestra mente, buscando lo que queremos oír y no lo que la Biblia dice (Lc 6:46-48). Decimos querer escuchar a Dios, pero al final, queremos escucharnos a nosotros mismos. Con esto quedan revelados mi orgullo y egoísmo.

2) No necesitas innovar.

Es muy común en algunos círculos cristianos buscar una «nueva revelación», cuando aún no hemos entendido lo que está escrito ni hemos leído entendiendo lo ya plasmado en la Biblia, lo que en toda la Escritura ha sido revelado. ¿Por qué se tomaría Dios 1500 años para revelarse y dejar Su Palabra infalible, las mismas palabras para todas las generaciones por venir? Si es el mismo Dios, ¿por qué necesitaría revelar algo nuevo de Sí mismo? ¿Por qué necesitaría la humanidad algo distinto? El clímax de Su revelación es Cristo, el Hijo glorificado.

Ya nos ha sido concedido y hoy el Espíritu Santo vive en templos humanos, en las personas que son selladas por el Espíritu, y escribe Su ley en corazones de carne. Él ilumina lo que ya ha establecido y revelado en tiempos pasados. Eso se nos enseña en Hebreos 1:1-4:

Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por Su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quien hizo también el universo. Él es el resplandor de Su gloria y la expresión exacta de Su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de Su poder. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, el Hijo se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, siendo mucho mejor que los ángeles, por cuanto ha heredado un nombre más excelente que ellos.

3) No necesitas nueva revelación, sino entender la existente.

El apóstol Juan, en la revelación que recibió y que tenemos como el libro de Apocalipsis en nuestra Biblia, cierra la revelación bíblica escrita. En esta carta da una advertencia que no es una simple sugerencia. Piensa en esto por un momento. Juan dice:

Yo testifico a todos los que oyen las palabras de la profecía de este libro: si alguien añade a ellas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguien quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa descritos en este libro (Ap 22:18-19).

La Biblia no se trata de nosotros; se trata de Dios y Su plan de reconciliación con Sus hijos a través de Cristo. El proceso del crecimiento en la vida cristiana depende de la salud del cuerpo de Cristo, y la salud del cuerpo de Cristo depende de su alimentación, de la savia que fluye de la raíz al resto de la planta. Usando la ilustración de la vid, si el cuerpo —sus miembros, sus ramas— no permanece en la vid, no fluye el alimento. Tu salud espiritual depende de la calidad del alimento espiritual que recibes, y la Palabra es el nutriente esencial por el cual fluye la vida de Cristo a todo Su cuerpo.

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Tomado de aquí

*Jeanine Martínez es misionera en Guatemala y sirve con Iglesia Reforma. Es enviada por la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana. Tiene una Maestría en Artes en Estudios Teológicos y Liderazgo Intercultural por el Seminario Bautista del Sur (SBTS), y una Maestría en Ciencias en Ingeniería Sanitaria y Ambiental (INTEC). Sirvió como misionera transcultural, con enfoque en enseñanza bíblica, entrenamiento misionero y discipulado, en el Sur y el Este de Asia por casi 9 años. Es apasionada por hacer discípulos de Cristo, de todas las naciones, a través de la enseñanza bíblica. Le gusta cocinar, la música, y conocer personas de distintas culturas, apreciando la multiforme gracia. De vez en cuando, recuerda detenerse y oler las flores.


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