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Por: Teología Sana
Queridos padres:
Hoy quiero hablarles desde el corazón. Sé que muchos de ustedes, tanto madres como padres, llevan una carga silenciosa en su interior. Miran a sus hijos mientras duermen o juegan, y un susurro inquietante ronda su mente: “¿Qué clase de mundo les estamos dejando? ¿Cómo podrán mantenerse firmes en medio de tanta oscuridad?”
No están solos. Vivimos tiempos difíciles. La confusión moral, la violencia, la pérdida de valores, y la creciente hostilidad hacia la fe cristiana parecen crecer con cada generación. Como padres, sentimos la responsabilidad de proteger, guiar y preparar a nuestros hijos para lo que viene. Pero a veces ese temor se vuelve abrumador. Nos preguntamos si nuestros esfuerzos serán suficientes. Nos preocupa que nuestros hijos puedan alejarse del Señor. Nos duele pensar que puedan sufrir.
Permítanme recordarles una verdad poderosa: nuestros hijos no están solos, porque pertenecen al Señor. Antes de que tú y yo soñáramos con tenerlos, Dios ya los conocía y tenía un plan para ellos (Jeremías 1:5). No estamos criando hijos para que encajen en el mundo, sino para que lo transformen con la luz del Evangelio. Y esa tarea, aunque inmensa, no la llevamos solos.
Queridos padres, no teman al futuro, porque el mismo Dios que sostiene el universo sostiene también a sus hijos. Nuestro llamado es sembrar con fidelidad: enseñar la Palabra, orar sin cesar, vivir con integridad, amar con paciencia. Ustedes no tienen que ser padres perfectos, solo padres rendidos a Cristo. Dios se encargará del resto. Él es fiel para guardar lo que le encomendamos (2 Timoteo 1:12).
Madres, cuando luchen con el cansancio, la culpa o la duda, recuerden que cada semilla que siembran con lágrimas en el corazón dará fruto a su tiempo. Padres, cuando el temor por lo que sus hijos puedan enfrentar los paralice, recuerden que su autoridad y cuidado no terminan donde comienzan las promesas de Dios. Nuestro Padre celestial ama a sus hijos aún más que ustedes.
No sabemos lo que el futuro traerá, pero sí sabemos Quién lo sostiene. Y ese conocimiento debe darnos paz. La mejor herencia que pueden dejar a sus hijos no es una educación costosa ni una vida cómoda, sino una fe viva, visible y firme. Una fe que ora, que cree, que resiste y que ama, incluso en medio de la tormenta.
Así que levántense cada día con renovada esperanza. Sigan construyendo en la roca. No se cansen de enseñar, corregir, animar y orar. Porque si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?
Con amor y esperanza en Cristo,
Un hermano que también camina con temor, pero con fe.
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Muy buena enseñanza pero que hago si mi hija quiere empezar una relación con una persona no cristiana