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Por: Charles Spurgeon

Dondequiera que aparezca el mal, debe ser combatido por los hijos de Dios en el nombre de Jesús y en el poder del Espíritu Santo. Cuando el mal apareció en un ángel, inmediatamente hubo guerra en el cielo. El mal en los hombres mortales debe ser combatido por todos los hombres regenerados. Si el pecado viene aún a nosotros en la forma de un ángel de luz, debemos luchar contra él.

Si viene con toda clase de engaños de injusticia, no debemos debatir ni un solo momento, sino comenzar la batalla de inmediato, si en verdad pertenecemos a los ejércitos del Señor. El mal está en su máxima expresión en el mismo Satanás: contra él luchamos. No es un adversario [inferior] de poca importancia. Los espíritus malignos que están bajo su control son, cualquiera de ellos, enemigos terribles; pero cuando Satanás mismo ataca personalmente a un cristiano, cualquiera de nosotros se verá en apuros.

Pero aun si Satanás fuera diez veces más fuerte y astuto de lo que es, estamos obligados a luchar contra él: No podemos vacilar ni ofrecerle condiciones. El mal, en su forma más alta, más fuerte y más orgullosa, debe ser atacado por el soldado de la cruz, y nada debe poner fin a la guerra, sino la victoria completa. Satanás es el enemigo, el enemigo de enemigos. Es necesario que el hombre que espera vencer al enemigo de Dios y del hombre, tenga consigo la Omnipotencia. Destruiría a todos los piadosos si pudiera y, aunque no puede, tal es su odio inveterado [establecido desde hace mucho tiempo], que se preocupa por aquellos a quienes no puede devorar con un afán malicioso.

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