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Por: Charles Spurgeon
Todas las obras poderosas de Dios han ido acompañadas de mucha oración, y también de gran fe. ¿No han oído jamás cómo empezó el gran avivamiento americano? Un hombre modesto y desconocido puso en su corazón orar para que Dios bendijera a su país. Después de orar y luchar y hacer la conmovedora pregunta: «Señor, ¿qué quieres que yo haga? Señor, ¿qué quieres que yo haga?», rentó un cuarto, y puso un anuncio notificando que en ese local tendría lugar una reunión de oración a tal y tal hora del día.
Se presentó a la hora indicada, pero no había ni una sola alma allí; comenzó a orar, y oró solo durante media hora aproximadamente. Alguien llegó al término de la media hora, y luego llegaron dos personas más, y creo que la reunión concluyó con seis personas. Llegó la siguiente semana, y unas cincuenta personas acudieron en diferentes momentos; por fin asistieron unas cien personas a la reunión de oración. Luego otras personas iniciaron otras reuniones de oración; al final casi no había ni una sola calle en Nueva York que no celebrara alguna reunión de oración.
Los comerciantes encontraban tiempo para ir rápidamente, a mitad del día, a orar. Las reuniones de oración tuvieron lugar cada día, y duraban cerca de una hora. Peticiones y súplicas eran enviadas a lo alto y eran ofrecidas delante de Dios con sencillez, y las respuestas llegaban; muchos eran los felices corazones que se ponían de pie y testificaban que la oración ofrecida la semana anterior había sido cumplida. Luego sucedió que estando todos en ferviente oración, el Espíritu de Dios descendió repentinamente sobre la gente. Entonces corrió el rumor de que en una cierta aldea un predicador había estado predicando lleno de ardor, y que cientos de personas fueron convertidas en una semana. El hecho se divulgó a todo lo ancho y a lo largo de los estados del norte del país. Esos avivamientos de la religión se volvieron universales, y se ha dicho algunas veces que un cuarto de millón de personas fue convertido a Dios en un breve lapso de dos o tres meses.
El mismo efecto se produjo en Ballymena y Belfast por los mismos medios. Un hermano descubrió que en su corazón se albergaba el deseo de orar, y efectivamente oró; luego tuvo lugar una habitual reunión de oración; día tras día se congregaban para suplicar la bendición, y el fuego descendió y se realizó la obra. Los pecadores eran convertidos, no individualmente ni en pares, sino por centenas y por miles, y el nombre del Señor fue grandemente magnificado por el progreso del Evangelio. Amados, yo solo les estoy contando hechos. Cada uno de ustedes debe hacer su propia evaluación de los mismos, si así le parece.
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