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Por: A. W. Tozer
Este artículo forma parte de la serie «Encuentros con el Dios Todopoderoso»
¡Aleluya! ¡Alabado sea el SEÑOR! Den gracias al SEÑOR, porque él es bueno; su gran amor perdura para siempre. SALMO 106:1
Sin duda, somos conscientes de que, como seres humanos, nunca podremos conocer a toda la Deidad. Si fuéramos capaces de conocer a toda la Deidad a la perfección, seríamos iguales a la Deidad. Los primeros padres de la iglesia, al ilustrar la Trinidad, señalaron que Dios el Padre eterno es un Dios infinito y que Él es amor. La naturaleza misma del amor es darse a sí mismo, pero el Padre no podría dar su amor por completo a nadie que no fuera igual por completo a Él.
Así tenemos la revelación del Hijo, quien es igual al Padre, y del Padre eterno que derrama su amor en el Hijo, quien puede contenerlo, ¡porque el Hijo es igual al Padre! Además, esos antiguos sabios razonaron que si el Padre derramara su amor sobre el Hijo, se requeriría un medio de comunicación igual al Padre y al Hijo, ¡y este era el Espíritu Santo! Así que tenemos su concepto de la Trinidad: el Padre antiguo en la plenitud de su amor derramándose a sí mismo a través del Espíritu Santo, quien es en ser igual a Él, en el Hijo, ¡quien es en ser igual al Espíritu y al Padre!
Por lo tanto, todo lo que el hombre puede saber de Dios y su amor en esta vida se revela en Jesucristo.
Señor, tú eres el Dios de amor y yo te adoro. Lléname de tu amor para que se desborde como una cascada a todos los que me encuentro, para que puedan vislumbrar quién eres y para que seas glorificado. Amén.
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