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Por: John MacArthur

Este artículo forma parte de la serie de devocionales «Fortaleza para hoy»

«Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo». FILIPENSES 2:3

Una manera significativa de evitar el partidismo en la iglesia es considerar a los demás miembros más importantes que usted.

«Con humildad» es una expresión característica del Nuevo Testamento. Había términos similares en las escrituras seculares, pero ninguno que se ajustara exactamente a los propósitos de los escritores del Nuevo Testamento. Una modalidad de esa palabra griega se usó para describir la mentalidad de un esclavo. Era un término burlón que significaba cualquier persona que se considerara básica, común, en mal estado o baja. Entre los paganos, antes de la época de Cristo, la humildad nunca fue un rasgo que se intentara buscar o admirar. Por lo tanto, el Nuevo Testamento introdujo un concepto radicalmente nuevo.

En Filipenses 2:3, Pablo define la «humildad» simplemente como ver a los demás como personas más importantes que uno mismo. Pero, seamos francos, ¿con qué frecuencia consideramos a los demás de esa manera? A menudo, incluso dentro de la iglesia, pensamos exactamente lo contrario de lo que Pablo ordena. Por ejemplo, a veces somos propensos a criticar a aquellos con quienes ministramos. Por supuesto, es más fácil para nosotros hablar de sus faltas y sus fallas que referirnos a las nuestras.

Sin embargo, la actitud de Pablo fue diferente. Conocía su corazón lo suficiente como para llamarse a sí mismo el peor de los pecadores: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Timoteo 1:15). El apóstol también fue lo suficientemente humilde como para darse cuenta de que —por su propia fuerza— no era digno del ministerio al que había sido llamado: «Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol» (1 Corintios 15:9).

Su conocimiento de los pecados y las gracias de los demás se basa en sus palabras y acciones externas, no en lo que pueda leer en sus corazones. Pero usted, como Pablo, conoce su propio corazón y sus defectos pecaminosos (ver Romanos 7). Eso debería hacer que sea mucho más fácil respetar y honrar a los demás antes que a usted mismo. Cuando usted haga eso, está ayudando a evitar el partidismo en su iglesia y contribuyendo a la edificación de los creyentes.


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