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Por: John MacArthur
que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (5:19)
La frase hos hoti (que) introduce la explicación de Pablo sobre cómo Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo. La frase en Cristo, junto con la frase «por Cristo» del versículo 18, identifica al Hijo de Dios como agente de la reconciliación. La frase en Cristo identifica la forma en la que esta acción opera: uniendo al creyente y al Salvador. Todos los que están en Cristo se convierten en «embajadores en nombre de Cristo» (v. 20).
La frase reconciliando consigo al mundo no ha de entenderse como una enseñanza de universalismo, la falsa doctrina según la cual todos serán salvos. Argumentan los universalistas de forma simplista que, si Dios ha reconciliado al mundo, entonces la barrera entre Dios y el hombre se ha quitado para todos, y todos serán salvos.
Las Escrituras enseñan que hay una razón por la cual Cristo murió por todo el mundo. Juan el Bautista declaró sobre Él: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29). En las palabras conocidas de Juan 3:16: «porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». La Biblia llama dos veces a Jesucristo «el Salvador del mundo» (Jn. 4:42; 1 Jn. 4:14). Jesús declaró en Juan 6:51: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne». En 1 Timoteo 2:6 leemos: «se dio a sí mismo en rescate por todos»: Hebreos 2:9 dice que «para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos y 1 Juan 2:2 dice: «él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo».
Tales pasajes no pueden significar que Cristo haya pagado la pena por los pecados de todos, porque la Biblia enseña que la mayoría de las personas sufrirá el castigo eterno en el infierno (Mt. 25:41, 46; 2 Ts. 1:9; Ap. 14:9-11; 20:11-15: cp. Ez. 18:4, 20; Mt. 7:13-14; Lc. 13:23-24; Jn. 8:24) y pocos se salvarán (Mt. 7:13. 14). Si Cristo pagó la pena por los pecados de todo el mundo, ¿cómo podría Dios sentenciar al infierno por los pecados a alguien por quien Cristo llevó el castigo? Y si no pagó por los pecados de aquellos que se perdieron eternamente, entonces ¿en qué sentido Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo?
La respuesta a este aparente dilema es que el lenguaje universal (p. ej., «mundo», «todos», «todo el mundo») en los pasajes anteriormente mencionados ha de entenderse como referencia a la humanidad en general. Cristo no murió por todos los hombres sin excepción, sino por todos los hombres sin distinción. La palabra mundo en este contexto indica la esfera en la cual ocurre la reconciliación; denota la clase de seres con quienes Dios busca reconciliación: personas de toda nacionalidad, raza y etnia.
La muerte de Cristo tiene valor infinito e ilimitado, porque es el infinito Hijo de Dios. Su sacrificio es suficiente para pagar por los pecados de tantos como quiera salvar. La oferta de la salvación es legítimamente ilimitada por el mérito intrínseco e ilimitado de la muerte de Cristo. Por lo tanto, el llamado general a la salvación se extiende a todos los hombres (Is. 45:22; 55:1; Mt. 11:28; 22:14; Ap. 22:17); «Dios… ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hch. 17:30) y los creyentes pueden llamar a toda persona en el mundo a venir a Cristo (Mt. 28:19) Pero aunque el evangelio se ofrece libremente a todos, la muerte de Cristo solo exía los pecados de quienes van a creer.
Dios ha determinado desde la eternidad quiénes creerían en el Señor Jesucristo: «Nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él» (Ef. 1:4) y sus nombres «estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo» (Ap. 13:8; cp. 17:8; 21:27). Dios designó que la expiación de Jesucristo solo sería eficaz para tales personas y solo por ellos pagó la pena del pecado. Por tal razón, las Escrituras presentan también una perspectiva limitada de los beneficiarios de la muerte de Cristo. En Juan 10:11, Jesús declaró: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas», y en el versículo 15 añade: «Pongo mi vida por las ovejas». Jesús dijo en su gran oración sacerdotal: «Ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son» (Jo. 17:9).
Dios «no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros… ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica» (Ro. 8:32-33). Pablo advirtió así: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Ef. 5:25).24:47; Hch. 1:8). Pero aunque el evangelio se ofrece libremente a todos, la muerte de Cristo solo expía los pecados de quienes van a creer.