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Por: J.C. Ryle
Este artículo forma parte de la serie: 365 días con J.C. Ryle
LUCAS 1:46-56
LECTURA ADICIONAL RECOMENDADA: Santiago 1:19-25
Cuán pleno conocimiento de la Escritura exhibe este himno. Al leerlo nos vienen a la memoria muchas expresiones del libro de los Salmos. Sobre todo, nos recuerda el cántico de Ana que tenemos en el libro de Samuel (1 S2:2, ss.). Es evidente que la Escritura estaba almacenada en la memoria de la Virgen. Estaba familiarizada, por medio de la escucha o de la lectura, con el Antiguo Testamento. Y, por tanto, como de la abundancia del corazón habla la boca, dio rienda suelta a sus sentimientos con un lenguaje escriturario. Movida por el Espíritu Santo a prorrumpir en alabanza, escoge palabras que el Espíritu Santo ya había consagrado y utilizado.
Esforcémonos cada año que vivamos por adquirir más conocimiento de la Escritura. Estudiémosla, investiguémosla, profundicemos en ella, meditemos en ella hasta que more en nosotros en abundancia (Col 2:16). En particular, dediquémonos a familiarizarnos con aquellas partes de la Biblia que, como el libro de los Salmos, describen la experiencia de los santos de la Antigüedad.
Descubriremos que nos es de mayor ayuda para nuestro enfoque en Dios. Nos proporcionará las palabras más apropiadas y mejores para expresar nuestros anhelos y nuestra gratitud. Ese conocimiento de la Biblia, sin duda, no se puede adquirir sin un estudio regular y diario. Pero el tiempo invertido en ese estudio nunca es tiempo perdido. Dará fruto después de muchos días. Aquella que había sido escogida por Dios para el gran honor de ser la madre del Mesías habla de su propia baja condición y de que necesita un «salvador». En su profunda humildad, no se considera a sí misma como una persona <inmaculada». Al contrario, utiliza el lenguaje de alguien que ha sido enseñado por la gracia de Dios a sentir sus propios pecados y que, muy lejos de poder salvar a otros, requiere un salvador para su propia alma.
Imitemos esta santa humildad de la madre de nuestro Señor mientras rehusamos con firmeza considerarla mediadora u orar a ella. Al igual que ella, tengámonos en poco ante nuestros ojos y pensemos de nosotros mismos con humildad. La humildad es la mayor virtud que puede adornar el carácter del cristiano. Sobre todo, es una virtud que está al alcance de todos los que se han convertido.
MEDITACIÓN: Se requiere humildad ante la Palabra y el mundo.
Tomado de «365 días con J.C. Ryle«, lecturas seleccionadas y editadas por Robert Sheehan. John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.