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Por: John Owen

Este artículo forma parte de la serie: Victoria sobre el pecado

El pecado remanente continúa actuando

El pecado no solo permanece en nosotros, sino que sigue actuando, esforzándose en producir las obras de la carne. Cuando el pecado nos deje en paz, podemos dejarlo en paz; pero ya que el pecado nunca está menos en calma que cuando parece estar más tranquilo y dado que sus aguas son en su mayoría profundas cuando está en reposo, nuestras estrategias contra él han de ser vigorosas en todo tiempo y condición, incluso cuando tenemos menos sospechas.

El pecado no solo permanece en nosotros, sino que «la ley de los miembros continúa rebelándose contra la ley de la mente» (Ro. 7:23); у «el espíritu que mora en nosotros codicia para envidia» (Stg. 4:5). Es siempre una obra continua: «El deseo de la carne es contra el Espíritu» (Gá. 5:17); la concupiscencia sigue tentando y concibiendo pecado (cf. Stg. 1:14).

Santiago 1.14-16 Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte. Amados hermanos míos, no se engañen.

En cada acción moral el pecado siempre está inclinándonos al mal, obstaculizándonos de aquello que es bueno o indisponiendo el espíritu para la comunión con Dios. Nos inclina hacia el mal: «El mal que no quiero, eso hago» dice el apóstol (Ro. 7:19). ¿De dónde proviene eso? De que «en mí [esto es, en mi carne] no mora el bien» (7:18). E impide hacer lo bueno: «No hago el bien que quiero» (v. 19) es decir: «Debido a lo mismo, o bien no lo hago, o no lo hago como debería, estando todas mis cosas santas contaminadas por este pecado». «El deseo de la carne es contra el Espíritu […], para que no hagáis lo que quisiereis» (Gá. 5:17) E indispone nuestro espíritu, de ahí que sea llamado «el pecado que tar fácilmente nos asedia» (He. 12:1), y de ahí las dolorosas quejas que el apóstol realiza sobre él (cf. Ro. 7). Así pues, el pecado siempre está activo, siempre concibiendo, siempre seduciendo y tentando.

¿Quién puede decir que nunca el pecado remanente ha puesto su mano para corromper esa acción que se ha tenido que hacer con Dios o para Dios? Y el pecado continuará esta práctica más o menos durante toda nuestra vida. Si el pecado entonces siempre está actuando, y nosotros no estamos siempre mortificando, seremos criaturas perdidas. Aquel que permanece quieto y permite que sus enemigos redoblen los golpes sobre él sin resistencia, sin duda acabará siendo vencido. Si el pecado es sutil, vigilante, fuerte y siempre está operando con el cometido de matar nuestras almas, y si somos perezosos, negligentes y necios a la hora de proceder a su destrucción, ¿podemos esperar un buen resultado? Diariamente el pecado frustra o lo frustramos, prevalece o prevalecemos sobre él. Y esto será así mientras vivamos en este mundo.

Eximiré de este deber a aquel que pueda llevar al pecado a una tregua -a una suspensión de las armas en esta guerra. Si el pecado lo deja en paz en cada día y en cada deber (siempre y cuando sea una persona que sabe de la espiritualidad de la obediencia y de la sutileza del pecado), esa persona puede decir a su alma en cuanto a su deber: «Alma, repósate». Los santos-cuyas almas anhelan ser liberadas de su desconcertante rebelión [es decir, la del pecado] saben que la única protección contra el pecado es la lucha constante.

Fragmentos extraídos del libro «Victoria sobre el pecado y la tentación» de John Owen, puede ver más detalles HACIENDO CLIC AQUÍ

*John Owen (1616 – 24 de agosto de 1683) fue un líder de una iglesia congregacional inglesa, teólogo y administrador académico de la Universidad de Oxford. Conocido también como el “Príncipe de los puritanos”.


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