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Por: David McCormick

No tenemos que ir lejos para encontrar noticias que revelan la naturaleza perdida de este mundo. Sus problemas multifacéticos se ven en las noticias con escándalos, extorsiones, gobiernos que buscan intereses ajenos a los de su pueblo y con ancianos, mujeres y niños siendo víctimas de las decisiones maléficas de personas en situaciones de poder.

Puede ser desalentador ver un mundo que aparentemente carece de la luz que Jesús dijo que somos Sus discípulos. Además, Jesús dijo que somos como sal que persevera, sazona y preserva, pero ¿en dónde se ve el impacto? Jesús habló de «luz» y «sal», al referirse a la manera en que Sus seguidores vivirían en este mundo, pues conocemos el efecto que estos dos elementos tienen en sus entornos (Mt 5:13-16). ¿Se nota la presencia de la iglesia ante la oscuridad tan evidente?

Para que los cristianos vivan como «sal» y «luz» en este mundo, el evangelio debe impactar cada faceta de nuestra vida. Esto involucra la masculinidad en los hombres y la feminidad en las mujeres. Y en esta reflexión quiero centrarme en lo primero.

Complementarios y necesarios

La sal común está compuesta por dos elementos, el sodio y el cloruro, que a simple vista no se logran diferenciar. Sin embargo, estos elementos necesitan expresarse de manera pura —según su diseño— para que puedan fusionarse y ser algo eficaz, poderoso y útil. Pensando en esta imagen, y a modo de ilustración, llego a considerar que la iglesia está compuesta también de dos elementos, los hombres y las mujeres, que son complementarios, únicos y completamente compatibles.

Siendo los hombres y las mujeres esencialmente diferentes, su diversidad inherente permite que puedan trabajar en unidad. Pero ¿qué pasa cuando uno de los elementos pierde su esencia? Específicamente, ¿qué pasa cuando la masculinidad de los hombres cristianos es diluida ante la ola sociocultural que enfrentamos?

Desde el libro de Génesis, vemos que el hombre fue creado con cualidades, capacidades y fortalezas que sirven a toda la creación, para que las cosas a su alrededor crezcan y brillen según su diseño. Cuando Dios vio la necesidad de complementar al hombre y seguir plasmando Su imagen en un ser parecido pero diferente, creó a la mujer para fortalecer el trabajo que había dado al primer hombre. Así, la feminidad y la masculinidad se complementan para presentar una imagen de Dios que cultiva el jardín de la creación (Gn 2:4).

Cuando la esencia de la masculinidad se diluye, esto afecta directamente el potencial de la mujer de florecer según su diseño y propicia una creación desprotegida y frustrada. Dios ha diseñado todo con una intencionalidad que muchas veces no logramos entender. El flagelo del abuso, la corrupción y el engaño que vemos hoy día se debe, por lo menos en parte, a la falta de hombres que vivan de acuerdo con su diseño divino.

El evangelio para la masculinidad

Miles de años después de que Adán pisara el jardín del Edén (Gn 2:8), siguiera su carne (Gn 3:6) y toda la creación fuera sujeta a una frustración continua (cp. Gn 3:17-19Ro 8:19-21), el segundo Adán (Cristo) tomó pasos redentores en el Gólgota para salvar a las personas que lo siguieran (Ro 5:14-19).

El primer Adán abandonó la expresión de su diseño y culpó a la mujer por su caída (cp. Gn 3:8-12); sin embargo, la historia de la masculinidad no terminó ahí: Jesús llegó a ser la expresión perfecta de masculinidad, al morir Él mismo por Su esposa, logrando así la justificación de los Suyos y proveyendo un ejemplo a los hombres para que sigan Sus pasos. Bajo el liderazgo de Jesús, los niños fueron incluidos y valorados. Las mujeres que tuvieron contacto con Él fueron reconocidas, vistas y honradas.

Con esto en mente, podemos ver que el evangelio no solo salva nuestras almas, sino que, a los hombres, nos capacita para vivir la masculinidad como Dios la diseñó. El tipo de masculinidad que Jesús modeló propiciaba el escenario necesario para que la creación a su alrededor floreciera como Dios lo había planeado desde el inicio.

Como hombres, es fácil caer en la tentación de creer que solo debemos modificar nuestras personalidades y seguir algunos tips para restaurar la masculinidad bíblica. Aunque algunos de esos cambios pueden ser buenos, nuestro mundo necesita más que hombres con buenas intenciones. Nuestro mundo necesita hombres que sigan a Jesús.

La expresión máxima de la masculinidad bíblica, que vemos tanto en la vida soltera de Jesús como en las enseñanzas de Pablo sobre el matrimonio (Ef 5:25), es que el amor masculino se vive por medio del sacrificio.

Más hombres que vivan como Jesús

El modelo de Jesús contrasta fuertemente con lo que este mundo nos enseña. En vez de crecer en ambición y poder, el hombre que sigue a Jesús se sacrifica para amar y se sujeta cuando su carne quiere empoderarse (cp. Ef 5:28-291 P 3:7).

Aunado a esto, entendemos por las Escrituras que los hombres crecen en santidad rodeados de otros hombres con el mismo deseo (2 Ti 2:1-2Ti 2:1-26-8). Así como un grano de sal es fácil de disolver, un hombre solitario no puede crecer en masculinidad a la manera de Jesús. Pero una comunidad de hombres que crecen en santificación pueden cambiar el mundo.

Cada vez que escuchamos el susurro tentador de este mundo, vendiendo la idea de que la masculinidad se ve diferente a la vida de Jesús, sepamos que estamos escuchando una mentira. Esto es así porque la verdad siempre es Jesús. Nuestro mundo necesita más hombres masculinos que vivan como Jesús y, por ende, que hagan florecer la creación.

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*David McCormick es el Director Ejecutivo de la Alianza Cristiana para los Huérfanos, y padre de cuatro hijos: tres biológicos y uno del corazón. Siendo psicólogo graduado en Canadá, se ha especializado en el apego, estilos de crianza, trauma y liderazgo parental. David ha dedicado su vida a la niñez y adolescencia en estado de vulnerabilidad, trabajando para que cada uno de ellos pueda contar con una familia permanente y amorosa.

Publicado originalmente aquí.


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