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Por: J.C. Ryle

Este artículo forma parte de la serie: 365 días con J.C. Ryle

Lucas 1:5-7

LECTURA ADICIONAL RECOMENDADA: Hebreos 12:4-13

Señalemos en este pasaje, por un lado, el buen testimonio que ofrecen los personajes de Zacarías y Elisabet. Se nos dice: «eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor». Importa poco si interpretamos esta justicia como aquella que se imputa a todos los creyentes para su justificación o como aquella que el Espíritu Santo obra interiormente en los creyentes para su santificación. Estas dos clases de justicia nunca están desvinculadas. No hay justificados que no sean santificados; y no hay santificados que no sean justificados. Nos basta con saber que Zacarías y Elisabet recibieron gracia cuando la gracia era algo muy raro, y que guardaban todas las gravosas ordenanzas de las leyes ceremoniales con reverente rigurosidad cuando pocos israelitas se preocupaban de ellas excepto de manera nominal y formal.

Respecto a nosotros, destaca en este pasaje el ejemplo que esta santa pareja enseña a los cristianos. Esforcémonos por servir a Dios fielmente y por vivir plenamente conforme a la luz recibida como hicieron ellos.

Cabe destacar, por otro lado, la gran prueba por la que Dios quiso que pasaran Zacarías y Elisabet; se nos dice: «no tenían hijo» (v. 7). Difícilmente puede comprender un cristiano moderno todo lo que implicaban estas pala- bras. Para un judío de la Antigüedad representaba una aflicción muy grande. Carecer de hijos era una de las pruebas más amargas (cf. 1 S 1:10).

La gracia de Dios no evita a nadie los problemas. A pesar de que este santo sacerdote y su esposa eran «justos», tenían un pesar en sus vidas. Recordemos esto si servimos a Cristo y no consideremos las pruebas como algo extraño. Más bien creamos que la sabiduría perfecta de Dios actúa según lo que más nos conviene, y que, cuando Dios nos disciplina, es para «que participemos de su santidad» (He 12:10). Si las aflicciones nos conducen más cerca de Cristo y de la Biblia y nos llevan a orar más, son verdaderas bendiciones. Puede que no pensemos eso ahora, pero pensaremos así cuando nos despertemos en el otro mundo.

MEDITACIÓN: Dios hace que todas las circunstancias obren para nuestro bien si le amamos (Ro 8:28). Él sabe lo que pasaría si nuestras circunstancias fueran diferentes (Sal 81:13-15; Mt 11:21-23). ¿Acaso no podemos confiar en que su sabiduría haya orquestado las circunstancias que más nos convienen para cada situación?

Tomado de «365 días con J.C. Ryle«, lecturas seleccionadas y editadas por Robert Sheehan


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