No olvides compartir ...

Por: Archibald Alexander

La oración ferviente

Busca la ayuda y la guía divina por medio de la oración ferviente y sin cesar. Necesitas que la gracia de Dios te ayude diariamente. La sabiduría que procede de ti es necedad, tu propia fuerza es debilidad y tu propia justicia totalmente insuficiente. “El hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jer. 10:23). Pero si estás falto de sabiduría, está permitido pedirla y tienes una promesa misericordiosa de que te será concedida. Todo lo que necesitemos se nos dará si lo pedimos con humildad y fe. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mt. 7:7)…

La fe y la oración son nuestros recursos principales frente a las diversas y grandes aflicciones de esta vida. Cuando todos los demás refugios fracasen, Dios esconderá a su pueblo que lo busca en su lugar secreto y lo protegerá bajo la sombra de sus alas. La oración es esencial para la existencia y el crecimiento de la vida espiritual. Es el aliento del nuevo hombre. Por este medio, obtiene un rápido socorro de innumerables males y hace que bajen del cielo las más dulces y ricas bendiciones. Que tu mente esté completamente convencida de la eficacia de la oración, cuando ésta se ofrece con fe y persistencia para obtener las bendiciones que necesitamos.

Dios se ha dado a conocer como el que escucha las oraciones. Sí, ha prometido que tendremos, en tanto que sea para su gloria y para nuestro bien, todo lo que pidamos… El hombre que tiene acceso al trono de la gracia, nunca le faltará lo que verdaderamente necesita. “Gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad” (Sal. 84:11)… Por esta razón no tendré temor de aconsejar a los jóvenes a cultivar un espíritu de oración y a ser constantes en su práctica. “Orad sin cesar… [Permaneced] constantes en la oración” (1 Ts. 5:17; Ro. 12:12). Muchas veces, también, cuando estamos llevando a cabo este deber, un poco del cielo baja a la tierra; y el adorador piadoso anticipa, en cierto grado, aquel gozo que es inefable13 y eterno. Además, la oración será el escudo más eficaz contra el pecado y el poder de la tentación: “Satanás tiembla cuando ve al santo más débil de rodillas”

Las preparaciones para la muerte

Concluiré mis consejos a los jóvenes con una recomendación seria y afectuosa para todo el que lea estas páginas: No tardes en hacer preparaciones para la muerte. Sé que los jóvenes alegres no están dispuestos a escuchar cuando se toca este tema. No hay nada que traiga una sombra más oscura a sus espíritus que el hecho solemne de que hay que enfrentar la muerte y que no hay posesión terrenal o circunstancia que pueda protegernos de ser sus víctimas a cualquier hora. Sin embargo, si reconocemos que este mal formidable es inevitable y que la tenencia por la cual nos agarramos de la vida es muy frágil, ¿por qué hemos de comportarnos tan irracionalmente y —podría decir— tan locamente, cerrando los ojos para no ver el peligro? ¿Preguntas sobre qué preparaciones son necesarias? Respondo que la reconciliación con Dios y la [aptitud] para las actividades y los gozos del estado celestial. La preparación para la muerte incluye el arrepentirnos ante Dios por todos nuestros pecados, confiar en el Señor Jesucristo y apoyarnos en su sacrificio expiatorio, un corazón regenerado, una vida reformada y, finalmente, un ejercicio vivo de la piedad, acompañado con una seguridad tranquila de que tenemos el favor divino. En resumen, la piedad genuina y vital forma la esencia de la preparación necesaria. De esta manera, estarás a salvo en la muerte y después de ésta, tu felicidad quedará segura. Pero, para que el lecho de muerte no sea sólo seguro, sino también confortable, debes poseer una fe fuerte y evidencias claras de que tus pecados han sido perdonados y de que has pasado de la muerte a la vida. Entonces, antes de otorgar sueño a tus ojos, debes estar convencido de la necesidad de comenzar el regreso hacia Dios, de quién como ovejas te has descarriado. “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (Am. 4:12). “Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mt. 24:44).

Procura la libertad del temor a la muerte por medio de la solicitud creyente a Aquel que vino con el propósito de librarnos de esta esclavitud. Con su presencia y guía, no hay necesidad de temer ningún mal, aunque estemos pasando por el oscuro valle de sombra y de muerte. Él puede consolarnos con su vara y su cayado, y hacer que seamos vencedores sobre ese último enemigo.

*Archibald Alexander (1772-1851): Teólogo americano presbiteriano, profesor principal de Princeton Seminary (Seminario de Princeton); nacido en Augusta County, Virginia.

Tomado de Thoughts on Religious Experience (Pensamientos sobre la experiencia religiosa), reeditado por The Banner of Truth Trust, www.banneroftruth.org.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *