Por: Andrew Murray
Isaías 64:7 Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti; por lo cual escondiste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar en poder de nuestras maldades.
En un encuentro de ministros, el superintendente de un distrito grande dijo: “Me levanto en la mañana y tengo media hora con Dios. Estoy ocupado todo el día con numerosos compromisos, pero no pasan muchos minutos sin que haga una oración pidiendo dirección. Después del trabajo, hablo con Dios acerca del día de trabajo. Pero, en realidad, no sé mucho de la intensa oración de la que hablan las Escrituras”.
Hay cristianos que son devotos, pero que solo oran lo suficiente como para mantener su nivel espiritual, en lugar de orar lo bastante como para crecer espiritualmente. Luchar contra la tentación es una actitud defensiva, en lugar de tener una actitud asertiva que busca llegar más alto. Si queremos ser intercesores, la enseñanza escritural de clamar día y noche en oración debe convertirse en cierto grado en nuestra experiencia.
Un hombre me dijo: “Entiendo que orar mucho es importante, pero mi vida difícilmente me deja tiempo para ello. ¿Acaso debería abandonar? ¿Cómo puedo lograrlo?”.
Yo admití que esta dificultad era algo universal y cité un proverbio holandés: “Lo más pesado debe pesar más”. Lo más importante debe tener el primer lugar. La ley de Dios es inmutable. En nuestra comunicación con el cielo, solo obtendremos lo que demos. A menos que estemos dispuestos a pagar el precio, a sacrificar tiempo y atención, y tareas que parecen ser necesarias por tener dones celestiales, no podemos esperar tener mucho poder del cielo en nuestro trabajo.
Señor, me doy cuenta de que todos tienen el mismo número de horas en el día. No es que no tenga tiempo para orar, sino que, cuando no hablo contigo, es porque he elegido pasar mi tiempo haciendo otra cosa. Por favor, perdóname. Amén.