No olvides compartir ...

ÚNETE A NUESTRO GRUPO DE WhatsApp o Telegram. Y recibe materiales todos los días.

Por: Paul D. Tripp.

Este artículo forma parte de la serie: «Nuevas Misericordias cada mañana» de Paul D. Tripp

Si eres hijo de Dios, tu corazón nunca es neutral, ya que, o le das cabida al pecado o le das cabida a la gracia que te rescata del pecado.

Uno de los resultados más bellos de la gracia redentora de Dios en tu vida y en la mía es que nuestros corazones de piedra han sido reemplazados por corazones de carne. Medita un momento sobre el lenguaje figurativo utilizado aquí. Si yo tuviera una piedra en mis manos y la aplastara con toda mi fuerza, ¿qué crees que pasaría? Bueno, si pudieras ver el tamaño de mis bíceps, sabrías la respuesta de inmediato. Por más fuerza que presione contra esa piedra, jamás sucedería algo en ella. Las piedras no son maleables. Su forma es fija. Antes de tu conversión, tu corazón era así. Era un corazón resistente al cambio. Pero eso ya no es verdad. La gracia de Dios te ha dado un corazón de carne, uno que es moldeado por esa misma gracia transformadora.

Ahora, esto significa que cuando pecas, deseas, piensas, dices o haces algo malo ante los ojos de Dios, tu conciencia te incomoda. Estamos hablando del ministerio convincente del Espíritu Santo. Cuando tu conciencia te incomoda, solo tienes dos opciones: puedes confesar que lo que hiciste es pecado y colocarte nuevamente bajo la misericordia de Cristo; o puedes construir un sistema de autojustificación que convierta lo que Dios ha dicho que es malo en algo aceptable para tu conciencia. Todos somos buenos para esto. Somos buenos para justificar lo que hemos hecho. Somos buenísimos para crear sistemas de autoexpiación que argumenten a favor de nuestra justicia.

Lo que es mortífero acerca de esto es que, cuando te convences a ti mismo de tu justicia propia, es entonces que dejas de buscar aquella gracia que es la única capaz de darte esperanza en la vida y en la muerte. “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:8-9).

La realidad es que ninguno de nosotros nos hemos graduado de la escuela de la gracia, empezando por mí. Todos tenemos una necesidad urgente de la gracia liberadora, perdonadora y transformadora de Dios. Cuando rehúsas reconocer tu pecado, en realidad estás rehusando a tu Redentor, ya que Él te muestra tu pecado. No hace esto para humillarte o castigarte, sino porque te ama tanto que no permitirá que tu corazón se desvíe de la gracia transformadora de Jesucristo. No hay cabida para la neutralidad. Hoy decidirás resistir la gracia o correr hacia ella. Espero que elijas la segunda.

Para profundizar y ser alentado: Gálatas 6:1-10


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *