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Por: A. W. Pink

«Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia». La confesión del pecado es una parte indispensable del arrepentimiento, y sin arrepentimiento no puede haber remisión (Hechos 3:19). «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado» ( Salmos 32:5), el perdón llegó debido a la confesión. Los que están tan convencidos de sus pecados como para ser humillados y entristecidos por los mismos, no podrán ocultarlos de la vista. La confesión tampoco consiste en palabras meramente formales, sino más bien los sollozos de un corazón contrito. Y en lugar de excusarse o pasar por alto la ofensa, será confesada con detalles particulares y sin omisiones. Habrá un reconocimiento total de la falta. El lenguaje de David al comienzo del Salmo 51 será especialmente apropiado para este caso. El pecado o los pecados serán confesados de manera sincera, contrita, completa, con auto humillación y auto aborrecimiento. «Por amor de tu nombre, oh Jehová, perdonarás también mi pecado, que es grande» (Salmos 25:11).

«Y se aparta». El «apartarnos» de nuestros pecados es un acto voluntario. Significa odiarlos y abandonarlos, repudiarlos con nuestra voluntad, impedir que habiten en nuestras mentes y en nuestra imaginación. Esto implica necesariamente que renunciemos a ellos, apartarse, y por la gracia de Dios hacer el máximo esfuerzo para evitar repetirlos.

«Debemos mantenernos a distancia de las personas y de las trampas que nos han llevado al desenfreno y al desorden. Es una gran tontería pensar en recuperar nuestra antigua fuerza al mismo tiempo que abrazamos y perdemos el tiempo con estas cosas, por cuya su influencia hemos caído. No es nuestro lamento por los efectos perniciosos del pecado lo que evitará su siniestra influencia sobre nosotros, sino el que nos determinemos a apartarnos de ellos» ( John Brine ).

Debe haber una ruptura completa de todos los venenos del alma. Pero supongamos que el santo no confiesa ni abandona prontamente sus pecados, entonces ¿qué? Pues en tal caso, él no prosperará: no habrá crecimiento en la gracia, ni la sonrisa de Dios estará sobre él. El Espíritu Santo es contristado, y esto suspenderá las obras dentro de su alma, y a partir de allí su camino se hará difícil. Esa fue la experiencia de David: «Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano» (Salmos 32:3–4).

El pecado es una cosa pestilente que agota nuestra vitalidad espiritual. Aunque David se quedó en silencio en cuanto a la confesión, no fue así en cuanto al dolor. La mano de Dios lo hirió de modo tal que gimió bajo el castigo de Dios. No obtuvo ningún alivio, sino hasta que se humilló a sí mismo delante de Dios, confesando y apartándose de sus pecados. No es que haya algo meritorio en tales actos, lo cual dé el derecho de recibir misericordia, sino que éste es el orden que Dios ha establecido. Él no será cómplice de nuestros pecados, sino que retendrá Su misericordia hasta que nos acerquemos a Él al mismo tiempo que nos apartamos y odiamos el pecado.

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*A.W. PinkFue un teólogo, evangelista, predicador, misionero, escritor y erudito bíblico inglés, conocido por su firme postura calvinista y su gusto por las enseñanzas de las doctrinas puritanas


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