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Por: A. W. Tozer
Este artículo forma parte de la serie «Encuentros con el Dios Todopoderoso»
Padre nuestro que estás en el cielo. MATEO 6:9
Debemos recordar, por supuesto, que cuando pensamos en ese vasto Mysterium Tremendum, esa misteriosa maravilla que llena este universo, y todas las otras grandes palabras que los filósofos usan para describir al Dios Todopoderoso, Él es el mismo Dios que se llamó a sí mismo «YO SOY EL QUE SOY» (Éxodo 3:14). Y su Hijo nos enseñó a llamarlo «Padre nuestro que estás en los cielos» (Lucas 11:2). Un rey se sienta en un trono, habita en un palacio, usa una corona y una túnica, y lo llaman «su majestad». Sin embargo, cuando sus hijos pequeños lo ven, corren hacia él y le gritan: «¡Papá!».
Recuerdo cuando la actual reina Isabel estaba creciendo. He seguido su vida desde que era muy pequeña. Una vez, mientras caminaba por el palacio con su anciano, digno, pero bondadoso abuelo Jorge V, el anciano rey dejó la puerta abierta. La pequeña Isabel se volvió hacia él y le dijo: «Abuelito, cierra esa puerta». ¡Y el gran rey de Inglaterra fue y cerró la puerta al escuchar la voz de una niña! No podía andarse con ese asunto de «su majestad» con la pequeña Isabel. Solo era su nieta. Y de esa manera, sin importar los horribles términos que quieran aplicarle los filósofos al poder que gobierna este universo, tú y yo podemos decir: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre» (Lucas 11:2).
Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Te agradezco que me hayas adoptado como tu hijo y me hayas hecho heredero con tu Hijo unigénito, Jesucristo. Ayúdame a comprender de forma más profunda tu amor paternal. Amén.