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Por: Thomas Watson.

Este artículo forma parte de la serie: Todo obra para bien.

Las tentaciones obran para bien, pues Dios hace a los que son tentados aptos para consolar a otros en la misma angustia. Un cristiano debe estar sometido a los azotes de Satanás antes de poder decir una palabra a su debido tiempo al que está cansado. Pablo estaba versado en tentaciones. «No ignoramos sus maquinaciones>>> (2 Co. 2:11). De esta manera, pudo familiarizar a otros con las asechanzas malditas de Satanás (1 Co. 10:13). Un hombre que ha cabalgado por un lugar donde hay ciénagas y arenas movedizas, es el más apto para guiar a otros por ese camino peligroso. El que ha sentido las garras del león rugiente, y ha yacido sangrando bajo esas heridas, es el hombre más apto para tratar con el que es tentado. Nadie puede descubrir mejor las sutiles artimañas de Satanás que quien ha estado largo tiempo en la escuela de esgrima de la tentación.

Las tentaciones obran para bien, pues despiertan en Dios la compasión paternal hacia quienes son tentados. El niño que está enfermo y magullado es el más cuidado. Cuando un santo yace bajo los golpes de las tentaciones, Cristo ora, y Dios Padre se compadece. Cuando Satanás pone al alma en fiebre, Dios viene con un cordial; esto hizo decir a Lutero que las tentaciones son los abrazos de Cristo, porque entonces Él se manifiesta más dulcemente al alma.

Las tentaciones obran para bien, pues hacen que los santos anhelen más el cielo. Allí estarán fuera de tiro. El cielo es un lugar de descanso; allí no vuelan las balas de la tentación. El águila que se eleva en el aire y se posa en los árboles altos, no sufre el aguijón de la serpiente. Del mismo modo, cuando los creyentes hayan ascendido al cielo, no serán molestados por la vieja serpiente, el diablo. En esta vida, cuando se acaba una tentación, viene otra. Esto hace que el pueblo de Dios desee la muerte, para sacarlo del campo de batalla donde las balas vuelan tan rápido, y recibir una corona victoriosa, donde ni el tambor ni el cañón, sino el arpa y el violín, sonarán eternamente.

Las tentaciones obran para bien, pues comprometen la fuerza de Cristo. Cristo es nuestro Amigo, y cuando somos tentados, pone todo su poder a trabajar por nosotros. «Puesto que él mismo pasó por el sufrimiento y la tentación, es capaz de ayudarnos cuando somos tentados>> (Heb. 2:18). Si una pobre alma tuviera que luchar sola contra el Goliat del infierno, seguramente sería vencida; pero Jesucristo trae Sus fuerzas auxiliares, da nuevos suministros de gracia. «Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:37). Así, el mal de la tentación es anulado para bien.

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*Thomas Watson. Predicador Puritano inglés, del que se ignora su genealogía y la fecha de su nacimiento. Estudió con ahínco en el Emmanuel College de la Universidad de Cambridge, llamada la “Escuela de los Santos”, porque allí recibió su educación universitaria un número elevado de los llamados Puritanos, o teólogos evangélicos reformados del siglo XVII

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