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Por: John MacArthur

Este artículo forma parte de la serie de devocionales «Fortaleza para hoy»

«Que andéis … con toda humildad». EFESIOS 4:1-2

Cristo nos mostró su humildad al hacerse hombre y vivir como siervo.

La humildad no es un concepto muy popular en nuestra sociedad, ¿le parece? Se nos enseña a perseguir la honra y el reconocimiento desde una edad temprana. Cuando mis hijos eran pequeños, acumulaban trofeos hasta el absurdo. Los programas que ofrecen premios son comunes en la televisión. Parece que hay galardones para todo.

La humildad es una cualidad escurridiza. El momento en que usted cree que es humilde pierde la humildad. Pero la humildad es la esencia de una trayectoria digna; es por eso que Pablo la puso de primera en la lista. No importa cuán difícil sea, debemos seguir luchando por ella.

El término griego para humildad es una palabra compuesta. La primera parte significa «bajo». En un sentido metafórico, se usaba para simbolizar algo «pobre» o «sin importancia». La segunda parte de la palabra es «pensar» o «juzgar». El significado combinado es pensar en usted mismo muy pobremente o sin importancia.

¿Sabía que esa palabra no aparece nunca en el griego clásico? Tenía que ser acuñada por los cristianos. Los griegos y los romanos no tenían palabras que identificaran la humildad porque despreciaban esa actitud. Se burlaban y relegaban a cualquiera que se considerara humilde.

En contraste, Cristo enseñó la importancia de la humildad y fue nuestro mejor ejemplo de esa virtud. El exaltado Señor Jesús nació en un establo. Durante su ministerio, nunca tuvo un lugar para recostar su cabeza. Solo poseía las prendas que llevaba en su cuerpo. Él lavó los pies de sus discípulos, que hacía el trabajo de un esclavo (Juan 13:3-11). Es más, cuando murió, fue enterrado en una tumba prestada.

Cuando los hermanos evangélicos moravos, de Alemania, se enteraron de la esclavitud en las Indias Occidentales, les dijeron que era imposible alcanzar a la población esclava allí porque los esclavos estaban separados de las clases dominantes. En 1732, dos moravos se ofrecieron para ir a ser esclavos en las plantaciones y enseñar a otros esclavos acerca de Cristo. Trabajaron al lado de sus compañeros cautivos y los escucharon porque los dos moravos se habían humillado. De una pequeña manera, eso ilustra lo que Cristo hizo por nosotros: se humilló convirtiéndose en un hombre para que pudiéramos ser salvos.


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