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Por: John Piper
VER Y SABOREAR ESTA PROVIDENCIA NOS HACE CONFIAR EN QUE DIOS TIENE EL DERECHO Y EL PODER DE RESPONDER A LA ORACIÓN PARA QUE LOS CORAZONES Y LAS MENTES DE LAS PERSONAS SEAN TRANSFORMADAS.
La oración es una de las grandes maravillas que Dios ha dado al mundo. Es asombroso que Dios haya planeado que Su propia mano soberana sea movida por las oraciones de Sus criaturas. Es una objeción infundada decir: “No tiene sentido orar, ya que Dios tiene todas las cosas planeadas de todos modos”. Es infundada porque solo un poco de reflexión revelaría que Dios ha planeado millones de actos humanos cada día que causan que otros actos sucedan.
Un clavo se hunde en una tabla porque Dios planeó que un martillo lo golpeara. Un estudiante saca un sobresaliente en un examen porque Dios planeó que el estudiante estudiara. Un avión vuela de Nueva York a Los Ángeles porque Dios planeó que hubiera combustible, que las alas se mantuvieran en su sitio, que los motores tuvieran empuje y que el piloto supiera lo que estaba haciendo. En ninguno de estos casos decimos que la causa fuera inútil—el martillo, el estudio, el combustible, el ala, el motor, el piloto.
La oración tampoco es inútil. Forma parte del plan. De hecho, la providencia de Dios, que lo abarca todo y es invencible, es la única esperanza para hacer efectivas nuestras oraciones más fervientes. ¿Cuál es tu mayor anhelo? ¿Tu oración más ferviente? Probablemente sea por la salvación de un ser querido. O puede ser por la liberación de tu alma de alguna esclavitud pecaminosa. Cuando oras para que Dios salve a tu ser querido o te libere de la esclavitud del pecado, ¿qué le estás pidiendo a Dios que haga? Le estás pidiendo que haga lo que prometió hacer en el nuevo pacto, que Jesús compró con Su sangre (por eso oramos en nombre de Jesús). Así que oramos:
“Dios, quita su corazón de piedra y dale un nuevo corazón de carne” (ver Ez 11:19).
“Señor, circuncida sus corazones para que te amen” (ver Dt 30:6).
“Padre, pon tu Espíritu en ellos y haz que caminen en tus estatutos” (ver Ez 36:27).
“Señor, concédeles el arrepentimiento y el conocimiento de la verdad para que escapen del lazo del diablo” (ver 2Ti 2:25-26).
“Padre, abre sus corazones para que crean en el evangelio” (ver Hch 16:14).
Las únicas personas que pueden orar así, son las que creen que la fe salvadora es un don de la providencia (véase el capítulo 36). Muchas personas no creen esto, porque creen que los seres humanos tienen poder de autodeterminación final en el momento de la conversión. En otras palabras, Dios puede tratar de atraer pecadores, pero no puede crear fe en ellos. El hombre debe tener la última palabra. En el momento en que surge la fe, el hombre, y no Dios, es definitivo.
Mi punto aquí, es que la gente que realmente cree esto no puede orar consistentemente para que Dios convierta pecadores incrédulos. ¿Por qué? Porque si oran por la influencia divina en la vida de un pecador, están orando por una influencia exitosa (lo cual quita la autodeterminación final al pecador) o están orando por una influencia infructuosa (lo cual no es orar por la conversión). Así que deben renunciar a orar para que Dios convierta a la gente o renunciar a la autodeterminación humana suprema. O seguir actuando de manera inconsistente.
La oración es un don espectacular. Nadie creía más firmemente que Pablo que el ser humano no tiene la última palabra en su conversión, sino que Dios la tiene. “No depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro 9:16). Pero probablemente nadie oró con más lágrimas y más urgencia que Pablo por la conversión de pecadores. “Tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón… por amor a mis hermanos, mis parientes según la carne… el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es para su salvación” (Ro 9:2-3; 10:1). Oró así porque sabía que el nuevo nacimiento no es una mera decisión, sino un milagro. “Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt 19:26). La providencia que hemos visto en este libro no convierte la oración en un problema. Hace que la oración sea poderosa.