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Por: Paul D. Tripp.
Este artículo forma parte de la serie: «Nuevas Misericordias cada mañana» de Paul D. Tripp
Fuiste diseñado para amar; así que todo lo que decides, deseas, piensas, dices y haces es una expresión de amor por alguien o algo.
El consejo de Juan es tan claro, justo e importante hoy como lo fue cuando escribió estas palabras:
No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo —los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida— proviene del Padre sino del mundo. El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Juan 2:15-17).
Fuiste diseñado para amar; todos lo fuimos. Todos amamos. Es lo que los seres humanos hacen en cada momento de todos los días, en toda ocasión y en toda circunstancia. No hay un momento en el que no estés amando. El amor está en cada célula de tu ser. Es la forma en la que Dios te construyó. ¿Por qué te diseñó para amar? ¿Por qué es una parte esencial de quién eres como humano? Dios te creó con esta capacidad para que tuvieras todo lo necesario para vivir en una relación amorosa con Él. Tu capacidad para amar fue creada para Él. Tu deseo para amar tiene el propósito de atraerte a Él. Tu corazón fue diseñado para añorar el amor, y esa añoranza tiene el propósito de encontrar su satisfacción completa en Él.
La tragedia es la siguiente. El pecado causa que, de una u otra forma, todos le demos la espalda al amor de Dios, dándole el amor principal de nuestra vida a algo o alguien más. Buscamos satisfacer nuestros corazones con el amor de alguien más que Dios. Amamos a la creación más que al Creador. Amamos a otra gente más que a Dios. Nos amamos tanto a nosotros mismos que nos queda poca energía para amar a Aquel que es la definición del amor. Vamos de una cosa a otra, esperando que nuestros corazones encuentren contentamiento. Todos somos promiscuos espirituales, yendo de un amante a otro, dando la lealtad de nuestros corazones a otras cosas, excepto a Dios. Todos somos adúlteros espirituales, derrochando el amor que le pertenece solamente a Dios. La Biblia es la historia de un drama que parecía terminar en tragedia—pero Jesús salió a escena.
Verás, Dios, quien es amor, envió a Su Hijo en amor a hacer el sacrificio final para que nosotros pudiéramos ser un pueblo que lo amara como nunca antes lo habíamos hecho. Dios, en Su amor, nos derrama un amor que no se termina, inclusive en nuestros peores días. Su gracia transforma nuestros corazones para que seamos capaces de mantener a la creación en su debido lugar y de guardar el amor supremo de nuestros corazones solo para Él. ¡Celebra hoy el regalo de Su amor!
Para profundizar y ser alentado: Deuteronomio 6-8