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Por: R. C. Sproul.
Este artículo forma parte de la serie «Qué buena pregunta«
Ninguna referencia bíblica concreta declara de manera explícita que nos reconoceremos los unos a los otros. Sin embargo, la enseñanza implícita de la Escritura es tan abrumadora que no creo que haya duda alguna en cuanto a que seremos capaces de reconocernos en el cielo. Hay un elemento de discontinuidad entre esta vida y la vida por venir: seremos transformados en un abrir y cerrar de ojos; tendremos un cuerpo nuevo, y lo viejo pasará. Sin embargo, la visión cristiana de la vida después de la muerte no es como la visión oriental de la aniquilación, según la cual perdemos nuestras identidades personales en una especie de mar del olvido. Si bien hay un elemento de discontinuidad, en que lo viejo es reemplazado por lo nuevo, hay un fuerte elemento de continuidad en el hecho de que el individuo seguirá viviendo por la eternidad.
Parte de lo que significa ser un individuo es estar involucrado en relaciones personales. En uno de los artículos del Credo de los Apóstoles decimos que creemos en la comunión de los santos. Esa afirmación no se aplica solamente al compañerismo que disfrutamos los unos con los otros en este momento, sino que indica la comunión que todos aquellos que están en Cristo tienen los unos con los otros. Incluso ahora, en este mundo, entro místicamente en comunión con Martín Lutero, Juan Calvino o Jonathan Edwards, los cuales son parte de la compañía total de los santos. No hay razón para esperar que esta comunión haya de cesar.
Cuando entramos en un nivel de comunión más alto con Cristo y con aquellos que están en Cristo, deberíamos pensar que, naturalmente, la comunión habría de intensificarse en lugar de menguar.
Aunque debemos ser cuidadosos con respecto a cuánto podemos extraer de una parábola, la parábola de Jesús sobre el rico y Lázaro nos da una perspectiva interna acerca de la vida venidera. Habla de un hombre rico al cual le iba muy bien en este mundo y un hombre pobre que mendigaba a la puerta del rico. El rico ignoraba las súplicas del pobre. Ambos murieron, y el pobre, Lázaro, fue llevado al seno de Abraham, mientras el rico permaneció en las tinieblas de afuera. Sin embargo, aun allí, este hombre que según suponemos estaba en el infierno, podía ver el seno de Abraham a través del abismo infranqueable y contemplar el estado de felicidad que ahora disfrutaba este mendigo. Rogó a Abraham, llorando a través del abismo, que tuviera misericordia y le permitiera volver a la tierra o enviar un mensaje de advertencia a sus hermanos para que no cayeran en el mismo juicio en que él había caído. Por supuesto, Jesús dice que ya es demasiado tarde. Al menos en la parábola, las personas se reconocen y también reconocen el lugar donde están y dónde no están.
Tomado de ¡Qué buena pregunta! Copyright © 1996 por R.C. Sproul.
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