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Por: J.C. Ryle

No hay nada tan común como juzgar demasiado favorablemente o demasiado desfavorablemente las naturalezas y los actos a partir de la mera apariencia externa de las cosas. Tendemos a formarnos opiniones prematuras de los demás, ya sean buenas o malas, sobre una base muy deficiente. Afirmamos que unos hombres son buenos y otros malos, unos piadosos y otros impíos, sin contar con otra cosa que las apariencias para tomar nuestra decisión. Haríamos bien en recordar nuestra ceguera y tener este texto en mente.

Los malos no siempre son tan malos ni los buenos tan buenos como parecen. Un trozo de piedra puede estar recubierto de papel de estaño y tener un aspecto brillante. Una pepita de oro puede estar cubierta de suciedad y parecer un desecho. Las obras de un hombre pueden parecer buenas a primera vista y, sin embargo, quizá pronto descubramos que están guiadas por los propósitos más viles. Las obras de otro hombre pueden parecer muy dudosas en primera instancia y, sin embargo, quizá descubramos con el tiempo que son verdaderamente piadosas. ¡Que Dios nos libre de “juzgar por las apariencias”!


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