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Por: John MacArthur

Este artículo forma parte de la serie de devocionales «Fortaleza para hoy»

«Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza». SANTIAGO 4:9b

El individuo humilde sabe que el pecado no es una cuestión de risa.

El humor siempre ha tenido un lugar en la cultura popular. Pero en las últimas décadas ha surgido un aspecto más profano del humor. Las comedias dominan la lista de programas televisivos de mayor audiencia, pero muchas están lejos de ser lo mejor para la gente. Los contenidos de los programas a menudo complacen a los inmorales y tienden a sofocar los valores de las Escrituras. Mientras tanto, el mundo se descontrola tras esas actividades que enfatizan la diversión y la autocomplacencia. La mayoría de la gente solo quiere disfrutar la vida y no tomar nada demasiado en serio.

La Palabra de Dios reconoce que hay un tiempo y un lugar apropiados para la alegría y la risa: «tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar»

(Eclesiastés 3:4). El salmista habla de un tiempo apropiado para la risa y la felicidad: «Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza» (Salmos 126:1-2).

Sin embargo, el Señor requiere que cualquiera que tenga una relación con Él debe comenzar con una nota sobria, seria y humilde. En la Escritura de hoy, Santiago insta a los pecadores a cambiar la risa mundana —la frivolidad por el llanto y la tristeza piadosa— por su pecado. La risa de la que se habla aquí es del tipo que indica una complacencia deleitosa en los deseos y placeres humanos. Representa personas que no piensan seriamente en Dios, en la vida, la muerte, el pecado, el juicio o las demandas de Dios para la santidad. Sin palabras minuciosas, es la risa de los necios la que rechaza a Dios, no la de los humildes que lo siguen.

El mensaje de Santiago es que la fe salvadora y la humildad apropiadas inducen a una separación sincera y franca del desenfreno de la mundanalidad, así como también a una genuina tristeza por el pecado. Si esas características están presentes en usted, es una evidencia bastante segura de que es uno de los humildes (ver 1 Juan 2:15-17).


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