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Por: John MacArthur

Además del amor de los incrédulos por el pecado, ellos rechazan el evangelio porque el dios de este siglo les cegó el entendimiento. Los incrédulos son los descritos en el versículo 3 como quienes perecerán; los dos términos son sinónimos. A pesar de lo que algunos afirman, no hay tal cosa como un «cristiano incrédulo», pues los incrédulos perecerán. La palabra aión (siglo, como también se traduce en Mt. 12:32; 13:39-40, 49; 24:3; 28:20; Lc. 16:8; 18:30; 20:34; 1 Co. 1:20; 2:6-8; 3:18; Gá. 1:4; Ef. 1:21; Col. 1:26; Tit. 2:12; He. 6:5, etc.) significa «era». Satanás es el dios de este siglo (Jn. 12:31; 14:30; 16:11; Ef. 2:2; 2 Ti. 2:26; 1 Jn. 5:19), quien controla las ideologías, opiniones, esperanzas, objetivos, metas y puntos de vista del mundo actual (cp. 2 Co. 10:3-5). Está tras los sistemas filosóficos, psicológicos, educativos, sociológicos, éticos y económicos de este mundo. Pero quizás su mayor influencia está en el ámbito de las religiones falsas.

Por supuesto, Satanás no es un dios, sino un ser creado. Se le llama dios porque sus seguidores engañados le sirven como si lo fuera. Satanás es el arquetipo de todos los falsos dioses de todas las falsas religiones que ha engendrado. Por esta influencia generalizada y masiva de Satanás, él engaña a los no regenerados para que no les resplandezca la luz del evangelio. Excepto en casos raros, Satanás y sus demonios no habitan directamente en individuos. No lo necesitan. Satanás ha creado un sistema que mima la depravación de los incrédulos y los sumerge aún más en la oscuridad. Los incrédulos, además de estar muertos en sus delitos y pecados (Ef. 2:1), tener velada la verdad (2 Co. 3:15), odiar la luz y amar la oscuridad (Jn. 3:19-20), caminan «siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia… [viviendo] en otro tiempo en los deseos de [la] carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y [son] por naturaleza hijos de ira» (Ef. 2:2-3). Son «de [su] padre el diablo, y los deseos de [sù] padre [quieren] hacer» (Jn. 8:44).

Las intenciones de Satanás consienten todo el mal del corazón humano -delito, odios, amarguras, iras, injusticias, inmoralidad y conflictos entre las naciones e individuos-. El sistema del mundo que ha creado exacerba los deseos malignos de las personas caídas, provocándoles una ceguera voluntaria y amor por la oscuridad.


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