Por: Andrew Murray
Este artículo forma parte de la serie: «120 meditaciones de Andrew Murray«
«Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la del que me envió.» Juan 6:38
La voluntad de Dios se hace en toda la naturaleza. En el cielo los ángeles encuentran su mayor bendición en cumplir la voluntad divina. Para el mismo fin fue creado el hombre con una voluntad libre, para que haciendo uso de ella pudiera escoger espontáneamente y por su propia cuenta hacer la voluntad de Dios. Engañado por el diablo, el hombre cometió el gran pecado de hacer su propia voluntad en vez de la de Dios. Sí, ¡la suya y no la de su Creador! Y aquí está la raíz y la desgracia del pecado.
Jesucristo se hizo hombre para restaurarnos la bendición, de poder hacer la voluntad de Dios. El gran objetivo de la redención fue liberarnos del poder del pecado y llevarnos otra vez a vivir la vida de acuerdo a la voluntad divina. Mientras estuvo en la tierra, Jesús nos mostró lo que es vivir solamente para la voluntad de Dios. Y con su muerte y su resurrección ganó para nosotros el poder de vivir y de hacer la voluntad del Padre tal como él lo hizo.
El creyente que conoce el poder de la muerte y resurrección de Jesús tiene el poder de consagrarse enteramente a la voluntad de Dios. Sabe que el llamamiento de seguir a Cristo significa nada menos que tomar y hablar las palabras del Maestro como nuestro voto solemne: «He venido no para hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre.»
Para lograr lo anterior tenemos que comenzar asumiendo la misma posición que nuestro Señor asumió. Tomar la voluntad de Dios como un gran todo, como la única razón por la cual usted y yo vivimos en esta tierra. No hay nada que nos lleve más cerca de Dios en unión con Cristo, que amar, guardar y cumplir voluntad.
Reflexión: ¿Por qué a menudo nos resulta difícil hacer la voluntad de Dios? Pídale a Dios que le muestre lo que significa vivir sólo para él y su voluntad y no para hacer la suya.