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Por: J.C. Ryle
Los cristianos verdaderos no deben sorprenderse nunca de ser “aborrecidos” como lo fue nuestro Señor: “El discípulo no es más que su maestro”; “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (Mateo 10:24; 1 Juan 3:13). De hecho, cuanto más se parecen a Cristo, más probable es que se les “aborrezca”. Más aún, no deben desanimarse ni sentirse desdichados por la idea de que lo que el mundo odia son sus incoherencias y que, si fueran más coherentes y más perfectos, serían más del agrado del mundo. Esa es una equivocación absoluta y un engaño habitual del diablo. Lo que el mundo odia de los cristianos no son sus doctrinas o sus errores, sino sus vidas santas. Sus vidas son un testimonio constante contra el mundo que hace que los hombres del mundo se sientan incómodos, y por eso les odian.
Advirtamos que la impopularidad entre los hombres no prueba que un cristiano esté equivocado, ni en cuanto a su fe ni en su práctica. La idea muy extendida entre muchos de que recibir elogios de todas partes es buena señal del carácter de una persona es una gran equivocación. Cuando vemos la consideración que tenían de nuestro Señor los impíos y los mundanos de su tiempo, bien podemos llegar a la conclusión de que es un pobre cumplido que se nos diga que gustamos a todo el mundo. Sin duda, poco “testimonio” puede haber en nuestras vidas si gustamos aún a los malvados. “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!” (Lucas 6:26). Esa frase se olvida con demasiada frecuencia.
Erasmo solía decir que Lutero podía haber tenido una vida fácil si no hubiera tocado la corona del papado ni las barrigas de los monjes.
Observa Bengel: “Los que agradan a todos los hombres en todo momento deberían con razón sospechar de sí mismos”.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.