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Por: Miguel Núñez
Este artículo forma parte de la serie «95 tesis para la iglesia de hoy» del Pastor Miguel Núñez
Cuando el cristiano peca, su problema primario no son los demonios que con frecuencia le persiguen, según algunos, sino su corazón, con el que se levanta y se acuesta
Basada en Jeremías 17:9
Vivimos en la generación de la exoneración donde todo el mundo quisiera encontrar un culpable para explicar su pecado. Somos expertos en racionalizar el pecado nuestro. Pecamos y luego de pecar inventamos una cosmovisión o una teología para justificar nuestro pecado. Decimos que las palabras de Jeremías en 17:9 son ciertas: “Más engañoso que todo es el corazón, y sin remedio; ¿quién lo comprenderá?”. Pero parece ser que esas palabras solo son ciertas cuando tienen que ver con el corazón del otro y no con el nuestro. Una y otra vez Jesús nos dijo que de la abundancia del corazón habla la boca y que lo que contamina al hombre es aquello que entra a él. De nosotros sale el pecado: las murmuraciones, las condenaciones que nuestros corazones han fabricado, que nosotros hemos dejado entrar por nuestra mente y que han enfermado nuestro corazón.
Satanás puede tentarte, pero tú eres quien peca. Toda acción pecaminosa es precedida por un pensamiento pecaminoso, y todo pensamiento pecaminoso es precedido por una intención pecaminosa. Mi problema más grande es mi propio corazón; mi peor enemigo problema más grande es mi propio corazón; mi peor enemigo lo llevo conmigo todo el tiempo. Lo único que la vida y las circunstancias hacen es poner de manifiesto la iniquidad del corazón humano. No busques más demonios, hay suficiente iniquidad en tu corazón para comportarte en ocasiones como un verdadero incrédulo. Arrepiéntete y regresa a la cruz.