Por: George Whitefield
Este artículo forma parte de la serie: 365 días con George Whitefield
El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón. Salmo 40:8
Si creemos en las Escrituras, debemos creer en lo que nuestro Señor declaró en ellas: que los mismísimos cabellos de las cabezas de sus discípulos están contados; y que no cae un gorrión al suelo (ya sea para recoger un grano de cereal o abatido por un cazador) sin el conocimiento de nuestro Padre celestial (Lucas 12:6-7). Cada cruz contiene un llamamiento, y cada dispensación concreta de la divina providencia tiene un propósito que cumplir en aquellos que la reciben. Si es de carácter doloroso, Dios dice: «Apártate de los ídolos». Si es de naturaleza próspera, nos dice como en voz baja: «Hijo mío, entrégame tu corazón».
Si los creyentes, pues, quieren mantener su caminar con Dios, deben prestar atención de vez en cuando a lo que el Señor tiene que decirles por medio de la voz de su providencia. Así, vemos que el siervo de Abraham se guio por la providencia de Dios cuando fue a buscar una esposa para su señor Isaac, y de esa forma encontró a la persona que se había designado como esposa de este. «Porque basta un pequeño indicio de la providencia -dice el obispo Hall- para alimentar a la fe». Y, tal como considero que parte de nuestra felicidad en el Cielo consistirá en contemplar y examinar los diversos eslabones de la cadena de oro que nos llevó allí, así también pienso que quienes más disfrutan del Cielo aquí abajo, serán los que más atención presten a las diversas obras de Dios con ellos en lo tocante a sus dispensaciones providenciales en este mundo.
*George Whitefield, (1714 – 1770). Ministro de la Iglesia de Inglaterra, evangelista en el Gran Despertar, uno de los fundadores del metodismo, nacido en Gloucester, Inglaterra. Lea más de su biografía en este enlace.
Tomado de «365 días con George Whitefield«, lecturas seleccionadas y editadas por Randall J. Pederson, puedes adquirirlo en este enlace.