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Por: R. C. Sproul.

Este artículo forma parte de la serie «Qué buena pregunta«

Cuando estaba en el seminario, tuve un profesor extremadamente erudito, del cual yo estaba convencido en ese tiempo que tenía la respuesta para cada pregunta teológica posible. Recuerdo que yo lo admiraba tanto, que un día, con mis ojos brillando, le pregunté: “¿Cómo es el cielo?” ¡Se lo pregunté como si él hubiera estado allí y hubiera podido darme un informe de primera mano! Por supuesto, me condujo inmediatamente a los dos últimos capítulos del Nuevo Testamento, Apocalipsis 21 y 22, en los cuales encontramos una amplia imagen visual de cómo es el cielo. Algunos la desestiman como si se tratara de simbolismo puro, pero debemos recordar que los símbolos del Nuevo Testamento apuntan más allá de sí mismos hacia una mejor y más profunda realidad de la que describen. Es aquí donde leemos de las calles de oro y de los grandes tesoros de joyas que adornan la Nueva Jerusalén que desciende del cielo.

En la descripción de la Nueva Jerusalén, vemos que no hay sol, ni luna, ni estrellas, porque la luz que irradia la presencia de Dios y de su ungido es suficiente para iluminar todo el lugar mediante la refulgencia de su gloria. Se nos dice que no hay muerte ni dolor, y que Dios enjuga las lágrimas de su pueblo.

Recuerdo haber tenido cuando niño la tierna experiencia (poco frecuente en los adultos) de haberme causado un rasguño en la rodilla, o de que algo saliera mal, y luego haber entrado llorando a la casa, donde mi madre se agachaba y secaba mis lágrimas. Eso me consolaba mucho. Por supuesto, aunque mi madre secaba mis lágrimas, al día siguiente siempre había una posibilidad de que yo volviera a llorar. Sin embargo, en el cielo, cuando Dios enjuga las lágrimas de los ojos de la gente, es el fin de las lágrimas: ya no hay más lágrimas después de eso. El cielo se describe como un lugar de completa felicidad y lleno de la radiante majestad y gloria de Dios, donde el pueblo de Dios ha sido santificado, donde la justicia ha sido aplicada y su pueblo ha sido vindicado. No hay más muerte, ni

enfermedad, ni dolor, ni odio, ni maldad. Hay una experiencia de sanidad en ese lugar. Y ésa es sólo una primera mirada, pero es suficiente para empezar.

Tomado de ¡Qué buena pregunta! Copyright © 1996 por R.C. Sproul.  


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