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Por: David Wilkerson
Satanás tiene una estrategia para engañar a los creyentes y hacerlos dudar de la fidelidad de Dios en responder la oración. Él querría hacernos creer que Dios ha cerrado Su oído a nuestro clamor y nos ha dejado para solucionar las cosas por nosotros mismos.
Una gran tragedia en la Iglesia hoy es que tan pocos creen en el poder y la eficacia de la oración. Sin querer blasfemar, a multitudes en el pueblo de Dios se les puede oír quejándose: “Yo oro, pero no obtengo respuestas. He orado tan duro, durante tanto tiempo, sin ningún resultado. Todo lo que quiero es una pequeña evidencia de que Dios está cambiando las cosas. ¿Cuánto tiempo debo esperar?” Estos creyentes ya no entran en su lugar secreto de oración porque están convencidos de que sus peticiones, nacidas en oración, están, en algún lugar, abandonadas en Su trono. Otros están convencidos de que solo los “gigantes espirituales” pueden hacer llegar sus oraciones a Dios.
Con toda honestidad, muchos santos de Dios luchan con dudas: “Si el oído de Dios está abierto a mi oración diligente, ¿por qué hay tan poca evidencia de Su respuesta?” ¿Has estado orando cierta oración en particular durante mucho tiempo sin recibir una respuesta? Incluso, ¿han pasado años y todavía sigues esperando, con esperanza…sin embargo, preguntándote?
Tengamos cuidado de no acusar a Dios de ser perezoso, despreocupado por nuestras necesidades y peticiones, como lo hizo Job. Job se quejó: “Clamo a ti, y no me oyes; me presento, y no me atiendes” (Job 30:20).
La visión de Job de la fidelidad de Dios estaba nublada por sus dificultades presentes y terminó acusando a Dios de haberlo olvidado.
Es tiempo de que los cristianos hagan una mirada honesta a las razones por las que nuestras oraciones son abortadas. Podríamos ser culpables de acusar a Dios de negligencia cuando, todo el tiempo, ha sido nuestro comportamiento el responsable.
“Espera en Jehová, y guarda su camino, y él te exaltará para heredar la tierra” (Salmos 37:34).