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Por: Miguel Núñez
Este artículo forma parte de la serie «95 tesis para la iglesia de hoy» del Pastor Miguel Núñez
Basada en Juan 17:17
La mayor parte de la historia de la iglesia habla de la santificación necesaria en el cristiano. A medida que nos acercábamos al comienzo del siglo veintiuno, se comenzó a hablar mucho de sanación en el mundo secular, y de esa misma manera, la iglesia adquirió, hasta cierto punto, un nuevo vocabulario. Y no hay duda de que cada uno de nosotros viene con experiencias del pasado: tiene heridas, tiene memorias y tiene cosas que le han marcado profundamente, pero esas cosas le han marcado y le han llevado por un mundo de pecado que ahora tiene que ser redimido; eso es el proceso de santificación.
La santificación del creyente produce entonces la sanación de la cual muchos hablan. El hombre en su sabiduría no puede hacer lo que la Palabra de Dios no es capaz de hacer. Dios nos dio Su Palabra, y en Su Palabra está el poder cambiar de mente, cambiar de forma de pensar, cambiar de emociones, cambiar de sentimientos, cambiar de afectos, de tal manera que cuando se prosigue una vida de santificación, todas esas cosas que acabo de mencionar van siendo renovadas en el hombre; y la renovación de todas esas cosas es lo que constituye el hombre nuevo.
Ese hombre nuevo, entonces, termina en una posición de sanación, como muchos le llaman, pero la forma de perseguir eso no es a través de un proceso secular de psicología que el perseguir eso no es a través de un proceso secular de psicología que el mundo enseña, sino que es más bien a través de una sabiduría que Dios ha dejado en Su Palabra. Me es imposible pensar que por casi veinte siglos Dios abandonó a Su iglesia respecto a este tema hasta que finalmente, al cierre del siglo veinte, el hombre adquirió un nuevo conocimiento acerca de la mente, acerca de la psicología del ser humano, y que entonces, de repente, la iglesia pudo ahora ser llevada a sanación. Ciertamente, hay cosas que pueden corresponder a una disfunción de los procesos cerebrales, las cuales requieren la ayuda de personal externo al que la iglesia pudiera poseer.
Pero en la enorme mayoría de los casos, la herramienta está en el poder de la Palabra. En la medida en que profundizo en la Palabra de Dios, la Palabra misma va sanando mi memoria, mis heridas, va eliminando el impacto del pasado en el presente para prepararme para el futuro. Y puedo, entonces, confiado en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, avanzar hacia adelante, conociendo que Aquel que comenzó la buena obra en mí, será fiel hasta completarla (ver Filipenses 1:6). ¡Confía en Dios! ¡Confía en el Espíritu que mora en ti! ¡Confía en el poder de Su Palabra! Bien dijo el Señor Jesús en Juan 17:17: “Padre, santifícalos en Tu verdad, Tu Palabra es verdad.