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Por: Thomas Watson.

Este artículo forma parte de la serie: Todo obra para bien.

El pecado es la madre, la aflicción es la hija; la hija ayuda a destruir a la madre. El pecado es como el árbol que engendra el gusano; la aflicción es como el gusano que se come el árbol. Hay mucha corrupción en el mejor corazón: la aflicción la va sacando poco a poco, como el fuego saca la escoria del oro. El Señor hizo esto para purgar su pecado (Isaías 37:9). ¡Qué tal si tuviéramos más de la lima áspera, si tuviéramos menos herrumbre!

Las aflicciones sólo se llevan la escoria del pecado. Si un médico le dijera a un paciente: «Tu cuerpo está destemplado y lleno de malos tumores, que deben ser eliminados, o morirás; pero le recetaré un remedio que, aunque puede enfermarle, eliminará la escoria de su enfermedad, y le salvará la vida», ¿no sería esto para el bien del paciente? Las aflicciones son la medicina que Dios usa para curar nuestras enfermedades espirituales: curan la hinchazón del orgullo, la fiebre de la lujuria, el cáncer de la codicia. ¿No obran, pues, para bien?

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*Thomas Watson. Predicador Puritano inglés, del que se ignora su genealogía y la fecha de su nacimiento. Estudió con ahínco en el Emmanuel College de la Universidad de Cambridge, llamada la “Escuela de los Santos”, porque allí recibió su educación universitaria un número elevado de los llamados Puritanos, o teólogos evangélicos reformados del siglo XVII


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