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Por: John MacArthur

Primero, aprendiendo la Palabra de Dios. David escribió en Salmos 37:30-31 esto: «La boca del justo habla sabiduría, y su lengua habla justicia. La ley de su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán».

Segundo, meditando en la Palabra de Dios. El salmista escribió esto en Salmos 119:11: «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti».

Tercero, velando y orando continuamente. En Mateo 26:41 Jesús advirtió lo siguiente: «Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil».

Cuarto, evitando el orgullo espiritual. Pablo previno así a los corintios: «Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Co. 10:12).

Quinto, reconociendo la gravedad del pecado. Fue el pecado lo que provocó la muerte del Señor Jesucristo (Ro. 4:25).

Sexto, proponiéndose no pecar. En Salmos 119:106, el salmista decidió lo siguiente: «Juré y ratifiqué que guardaré tus justos juicios».

Séptimo, resistiendo el menor indicio de tentación. Santiago 1:14-15 muestra gráficamente la progresión rápida de tentación a acto pecaminoso: «cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte» (NVI).

Finalmente, confesando y arrepintiéndose del pecado instantáneamente. Juan escribió: «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Jn. 1:9, NVI).

Quienes obedecen el encargo de Salomón, «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (Pr. 4:23), como Pablo, disfrutarán la bendición alentadora de tener una conciencia limpia.


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