Por: Charles Stanley
Uno de los sentimientos más dolorosos es la soledad. Por supuesto, hay momentos en los que es inevitable estar solo. Pero como Dios ha enviado a su Espíritu a vivir en nosotros, nunca estamos solos. El Espíritu Santo, al que Cristo se refirió como nuestro “Ayudador” (Jn 14.26) está con nosotros cada segundo de cada día.
Pensemos en las maneras en que el Espíritu de Dios nos ayuda en nuestra vida de oración. Primero, nos motiva a orar. ¿Alguna vez ha sentido usted una fuerte sensación de que necesitaba pasar tiempo con el Señor, sin saber por qué? Ese es el Espíritu que le está aguijoneando. Él tiene muchas razones para hacerlo: sabe cuándo necesitamos fuerzas ante una dificultad inminente. O a veces nos anima a confesar el pecado para que nuestra comunión con el Padre no se vea obstaculizada.
Segundo, el Espíritu Santo intercede por nosotros. Hay momentos en los que no sabemos cómo orar; por ejemplo, cuando la tristeza o la impotencia nos abruman hasta el punto de que nos resulta imposible hablar, incluso al Señor. Cuando lo único que podemos hacer es clamar al Señor Jesús, el Espíritu Santo intercederá a nuestro favor.
¡Qué gran privilegio es tener al Espíritu de Dios morando en el corazón!
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Dios los bendiga gracias por sus enseñanzas