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Por: Jean-Marc Berthoud

Podemos caracterizar la diferencia entre el poder espiritual de la Iglesia y el poder temporal del Estado de la siguiente manera:

La Iglesia (en este mundo) manifiesta el ministerio de la gracia, el ministerio de la misericordia de Dios. A través de su actuación a lo largo de la historia, ella revela el tiempo de la paciencia y la longanimidad de Dios (Ro. 2:4) porque Cristo, en su encarnación, no vino a juzgar al mundo. Dios no desea la muerte del pecador, sino su arrepentimiento, para que tenga vida eterna y escape al Juicio (Jn. 5:24). “El Señor es… paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).

El juicio y la venganza de Dios no pertenecen, actualmente, a la Iglesia. Sólo cuando el Señor regrese en gloria, los santos serán revestidos también —en Cristo— con este poder (Mt. 19:28; Ro. 16:20).

Pero la función de la autoridad civil es totalmente diferente. Su poder también proviene de Dios, pero es un poder temporal. El poder civil ejerce el poder de la espada para refrenar el mal. El ministerio de la espada es una prefiguración del Juicio final.

A los discípulos les costó entender que Cristo había venido como siervo; que la grandeza del ciudadano del reino se medía en una escala absolutamente distinta a la de los súbditos del gobernante de este mundo; que en el reino de Dios, el que quiere ser el más grande debe hacerse el más humilde; que para gobernar con Cristo debemos, al igual que Cristo, ser siervos de todos. Y, finalmente, que la verdadera grandeza en el reino es medida por la fidelidad a los mandamientos más pequeños de Dios: “Cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos” (Mt. 5:19).

La dificultad de los discípulos para comprender la verdadera grandeza del reino de Dios queda notablemente ilustrada en Lucas 22:24-26: “Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve”.

Jesús, ni por un solo momento, cuestionó el poder civil, “los reyes de los gentiles”, ni su derecho a “ejercer señorío sobre” las personas sometidas a su autoridad o a ejercer sobre ellas el duro poder de la espada. Al contrario, dice que quienes lo hacen —es decir, quienes gobiernan como amos o gobernantes— son llamados “bienhechores”5 por sus súbditos porque, por el hecho de gobernar (aún si su autoridad es un duro y despiadado poder), siempre refrenan las fuerzas absolutamente destructivas de la anarquía social.

Pero Cristo dice a sus discípulos que el poder en la Iglesia no debe ejercerse de esta manera, pues el poder de la Iglesia es la manifestación visible de la autoridad que Cristo como un esposo, ejerce sobre su Iglesia mediante la acción del Espíritu Santo. Es este espíritu de bondad (no la dura espada de la autoridad civil) el que, según la Palabra de Dios, debe reinar en la Iglesia de Dios. Es a través de este poder de Dios, actuando a través de la debilidad del hombre crucificado en Cristo, que la Iglesia del Dios viviente debe ser gobernada.

Tomado de Autoridad en la vida cristiana (Authority in the Christian Life) (Monticello, FL: Psalm 78 Ministries, 2020), 50-52; www.psalm78ministries.com.

Jean-Marc Berthoud: Autor y editor bautista reformado suizo; nacido en 1939 en Sudáfrica.

Tomado de la Revista Portavoz de la Gracia No. 48, puedes descargarla gratis HACIENDO CLIC AQUÍ


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