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Por: Charles Spurgeon

Qué poder tan maravilloso tenemos cuando podemos decir, en verdad, «¡Abba, Padre!» Tendremos poder con Dios en nuestros tiempos de mayor debilidad si podemos clamar: «¡Abba, Padre!» No puedo olvidar nunca una cierta enfermedad que tuve, cuando fui atormentado con dolor, y fui muy abatido con angustia de espíritu por causa de la naturaleza del mal que me aquejaba, y me sentía impelido casi a desesperar una noche, hasta que me aferré a Dios, en una agonía de oración, y argumenté con Él algo parecido a esto: «Si mi hijo estuviera sumido en una angustia como yo lo estoy, yo le escucharía, y le aliviaría si pudiera. Tú eres mi Padre, y yo soy Tu hijo, entonces, ¿no me tratarás como a un hijo?» Casi al instante que presenté ese argumento delante de Dios, mi dolor cesó, y caí en un dulce sueño del que desperté con un «¡Abba, Padre!» en mis labios y en mi corazón.

Yo creo que este es un argumento invencible, porque, cuando Dios se llama a Sí mismo Padre, lo dice en serio. Hay algunos padres, en este mundo, que no actúan para nada, como deberían hacerlo los padres; deberían sentirse avergonzados, pero eso no se dirá nunca de nuestro Padre Celestial. Él es un verdadero Padre, y tiene entrañas de compasión para con Sus hijos, y no aflige ni lastima voluntariamente a los hijos de los hombres; y cuando sabemos cómo apelar a Su Paternidad, prevaleceremos con Él.


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