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Por: J.C. Ryle
Leer Juan 5: 1-15
En este pasaje se nos enseña cuánta desdicha ha introducido el pecado en el mundo. ¡Leemos acerca de un hombre que llevaba nada menos que treinta y ocho años enfermo! Había soportado el dolor y la debilidad durante treinta y ocho agotadores veranos e inviernos. Había visto a otros curarse en las aguas de Betesda y volver a sus casas con júbilo. Pero no había habido una curación para él. Sin amigos, impotente y desesperado, se encontraba junto a las aguas milagrosas pero no obtenía beneficio alguno de ellas. Iban pasando un año tras otro y él seguía enfermo. No parecía probable que pudiera llegar algún alivio o cambio para bien a excepción de la muerte.
¡Cuando leemos de casos de enfermedad como este debiéramos recordar cuánto hay que odiar al pecado! El pecado fue la raíz original, la causa y la fuente de toda enfermedad del mundo. Dios no creó al hombre para que estuviera lleno de achaques, dolores y enfermedades. Estas cosas son fruto de la Caída. Si no hubiera habido pecado, no habría habido enfermedad.
No puede haber prueba más grande de la incredulidad innata del hombre que su indiferencia respecto al pecado. “Los necios —dice el sabio— se mofan del pecado” (Proverbios 14:9). Hay miles que se deleitan en cosas claramente malas y corren tras lo que es puro veneno. Aman lo que Dios abomina y les disgusta lo que Dios ama. Son como el loco que ama a sus enemigos y odia a sus amigos. Sus ojos están cegados. Sin duda, si tan solamente los hombres miraran a los hospitales y enfermerías y pensaran en la destrucción que ha sembrado el pecado en la Tierra, jamás se complacerían en el pecado como lo hacen.
¡Bien se nos dice que oremos por la venida del Reino de Dios! ¡Bien se nos dice que anhelemos la Segunda Venida de Jesucristo! Entonces, y solo entonces, no habrá ya una maldición sobre la Tierra, ni más sufrimiento, dolor y pecado. Se enjugarán las lágrimas de los rostros de todos aquellos que desean la Venida de Cristo, el regreso de su Señor. La debilidad y la enfermedad desaparecerán. El retraso de lo que esperamos ya no entristecerá los corazones. Cuando Cristo haya renovado esta Tierra no habrá inválidos crónicos ni casos incurables.
Por otro lado, en este pasaje se nos enseña cuán grandes son la misericordia y la compasión de Cristo. “Vio” al pobre enfermo entre la multitud. Abandonado, desechado y olvidado entre la muchedumbre, fue observado por el ojo omnisciente de Cristo. “Supo” de sobra, gracias a su conocimiento divino, cuánto tiempo “llevaba […] así” y se compadeció de él. Le habló inesperadamente con palabras de bondadosa simpatía. Le curó con un poder milagroso, de forma inmediata y sin tediosa dilación, y le mandó a su casa lleno de júbilo.
Este es solo uno de los muchos ejemplos de la bondad y compasión de nuestro Señor Jesucristo. Está lleno de un amor inmerecido, inesperado y abundante hacia el hombre: “Se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18). Está mucho más dispuesto a salvar al hombre de lo que este lo está a salvarse, mucho más dispuesto a hacer el bien que el hombre a recibirlo.
Nadie debe temer comenzar a vivir como un cristiano verdadero si se siente dispuesto a comenzar. Que no se demore y retrase por causa de la vana impresión de que Cristo no desea recibirle. Que acuda con valor y confianza. Aquel que curó al paralítico de Betesda sigue siendo el mismo.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.
Amén,sería maravilloso que Jesús regrese .las enfermedades son terribles,que Dios tenga misericordia de nosotros