Por: J.C. Ryle
Leer Juan 4:43-54
En este pasaje vemos que la enfermedad y la muerte sobrevienen a los jóvenes tanto como a los viejos. Leemos de un hijo mortalmente enfermo y de un padre preocupado por él. Vemos invertido el orden natural de las cosas: el mayor se ve obligado a ministrar al joven, y no el joven al mayor. El hijo se acerca antes al sepulcro que el padre, y no el padre antes que el hijo.
Esta es una lección que tardamos en aprender. Somos propensos a cerrar los ojos ante hechos claros y a hablar y actuar, dando por supuesto que los jóvenes nunca mueren en su juventud. Y, sin embargo, las lápidas de cualquier cementerio nos dicen que, de cada cien personas, tan solo unas pocas llegan a los cincuenta años; mientras que muchas no llegan jamás ser adultas. El primer sepulcro que se excavó en esta Tierra fue el de un joven: la primera persona que murió no fue un padre, sino un hijo. Aarón perdió dos hijos de golpe. David, el varón conforme al corazón de Dios, vivió lo suficiente como para ver a tres de sus hijos descender al sepulcro. A Job se le arrebataron todos sus hijos en un solo día. Se dejó cuidadosa constancia de estas cosas para nuestro conocimiento.
El que sea sabio no dará por supuesta una larga vida. Nunca sabemos lo que puede traer un día. A menudo, los fuertes y bien parecidos caen y desaparecen en pocas horas, mientras que los viejos y débiles duran muchos años. La única sabiduría verdadera es estar siempre preparados para el encuentro con Dios, no posponer nada relacionado con la eternidad y vivir como hombres dispuestos a partir en cualquier momento. Viviendo así, no importa gran cosa si morimos jóvenes o viejos. Unidos al Señor Jesús, estamos seguros en cualquiera de los casos.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.
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